Relato: ‘En donde todo es dulce’ de Blanca Rodríguez G. de Guillamón

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MaizalDe Blanca Rodríguez G de Guillamón /Ganadora de la V edición www.excelencialiteraria.com.

 

Dos sonrisas manchadas de chocolate y una nota sin firmar:

“En donde todo es dulce”, leyó Catalina con emoción.

Sacudió la hoja arrugada y dio vueltas sobre sí misma, creando una nube de volantes rojos.

–¿Qué decías de ese joven, Bárbara?… Apuesto, agradable, educado… –canturreó la pequeña sin dejar de moverse.

–Devuélveme la nota y no digas nada a nadie. Madre no puede enterarse.

–Alto, rubio…

–¡Cállate!

Bárbara se lanzó sobre su hermana y le arrebató las palabras. Las risas se escaparon por la ventana de la cocina,

María apareció con el delantal manchado de harina.

–La señora está descansando; vais a despertarla –las riñó, palmoteando el aire.

Bárbara le tapó la boca a Catalina y se disculpó mientras salían a la calle. Allí explotaron de nuevo en compases alegres.

El sol de la tarde doraba el maizal, en donde aún trabajaban los jornaleros. Catalina parpadeó con coquetería y saltó a la tierra para esconderse entre los tallos.

–Y correréis a lomos de un caballo blanco, y volaréis sobre las plantaciones y los bosques…

Bárbara la abrazó para contener sus ensoñaciones.

–No está bien dejarse llevar por la imaginación. Es solo un buen conocido.

Catalina soltó una risita para provocarla.

–¿Solo un buen conocido?

–Sí… Más o menos. Eso es. Un buen… Es un muchacho divertido.

–¡Estás enamorada!

–¡Calla! –gritó con los ojos espantados–. Madre dice que eso no está bien.

Catalina la miró con ojos pícaros.

-¿Has leído las novelas de la lista prohibida? –le preguntó Bárbara-. Como María se entere…

–Es que no he podido contenerme. ¡Son tan bonitas! La última trataba sobre…

Bárbara le tapó los labios.

–Tú no sabes nada del amor. Y yo no quiero saber más que lo que madre cuenta.

–Ella no habla de caballos ni de palacios. Sus historias son aburridas. Os escuché el otro día, cuando estabais en la salita.

-¡Fisgona!…

Blanca Rodríguez G. de Guillamón
Blanca Rodríguez G. de Guillamón

-Madre no quiere que le veas, ¿verdad? –. Catalina señaló la nota arrugada que su hermana escondía en el puño.

–No es eso.

-Pero tú iras a verle, ¿no es cierto? Hoy, al atardecer, donde todo es dulce… ¿No suena romántico? Donde todo es dulce… –paladeó-. Lo repetiría ciento de veces. Me endulza la boca, como si comiese uno de esos pastelitos que hace María.

Suspiró con la sonrisa aún manchada y se escondió la hoja en el corpiño. Cogió la mano de Catalina y echó a correr entre el maíz maduro.

–Volveré antes de que oscurezca –dijo–. Solo será un paseo. Le saludaré y regresaré antes de que madre despierte.

Catalina se puso de puntillas para limpiarle la comisura de los labios y la animó.

–Te esperaré en la sala de juegos, donde siempre. Estaré atenta junto a la ventana. Luego quiero que me lo cuentes todo, todo.

Bárbara nunca regresó.

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