Relato: ‘Ensoñaciones’ de Pablo Valdivia

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Samuele Errico PiccariniPor Pablo Valdivia.

 

– En este mundo nadie sabe quién es. Todas nuestras ideas, emociones, miedos y placeres no se corresponden con nuestro ser, pero constituyen un yo fantástico y aparencial que hace que nos apeguemos a las cosas que percibimos. ¿No lo crees así, Steiner? Steiner contemplaba el cielo estrellado mientras escuchaba las palabras que Edward le había dirigido

– Sí, pero solo en parte, respondió Steiner con una sonrisa en su semblante. Yo no pongo el centro creador en un sujeto finito y mortal, sino en un espacio y un tiempo absolutos, fuera de nosotros. Elevamos nuestros sueños hasta la cima de las esferas celestes, creyendo que somos dueños de nuestros actos y responsables de nuestras acciones, pero yo, querido Edward, sólo creo en el sueño de la muerte.

– Te había considerado de la escuela idealista, en la que la mente proyecta todo el universo conocido, el infinito, las galaxias y hasta los detalles más nimios del cosmos. Por supuesto, me refiero a que sólo una conciencia Eterna podría contemplar y seguir pensando en los valles que nadie ve, en el fluir de las aguas que nadie oye, en el movimiento de la vía Láctea que nadie concibe. Esta teoría salva la inmortalidad de nuestro espíritu, así como prueba de manera irrefutable la existencia del Dios que tanto tiempo llevamos buscando.

– Ese Dios del que me hablas y que nunca jamás nadie ha sentido es el causante de mi situación actual de dolor y tristeza. Como ya te dije, yo vislumbré la figura del Absoluto bajo la especie de una mujer, cuya belleza me sobrepasó y me hundió en el insondable abismo de la apatía y la indiferencia. Gracias a ella amé a la creación entera, y sin embargo, ahora me encuentro en la desesperación. No puedo llorar, no puedo reír y mis días en la Tierra son como el sueño de una sombra. Novalis tenía razón cuando escribió que la vida es una enfermedad del espíritu. Y Cowlie, algunas décadas antes al sostener que la vida es una enfermedad incurable.

– ¿Crees pues, Steiner, que la vida es muerte y la muerte es el inicio a una nueva vida?

– No sé si existe una vida después de la tumba, respondió Steiner. Mi alma no aspira a una vida inmortal, pero sí a agotar el reino de lo posible, aquí y ahora.

Edward se encontraba perplejo ante las palabras del caballero. Para él, el conocimiento no significaba dolor, sino una manera., la única, de poder acercarse a la divinidad. Pero ¿y si las palabras de su amigo eran ciertas? Si no somos responsables de nuestros actos porque nos mueven como cuerdas desde un eje que nos está vedado ¿quién es culpable y quien inocente de las consecuencias de los hechos y acciones?

Todos sus valores, todas sus creencias ahora carecían de sentido. Le empezaron a brotar lágrimas de los ojos. En ese mismo momento, Steiner y Edward cayeron fulminados al suelo, muertos. El escritor de este relato despertó.

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