Por Pablo Valdivia / La biblioteca inmortal.

 

Tradicionalmente la novela Frankenstein se ha enmarcado en el género gótico. Lovecraft, en su ensayo el horror sobrenatural en la literatura, ensalza la obra. Se ha considerado a esta novela como la primera obra de ciencia ficción de la literatura. Los límites de la ciencia y el poder creador se han estudiado como temas principales. Me gustaría destacar una visión que hasta creo que ahora no ha sido analizada. Se trata de la cuestión de si el monstruo tiene un alma, y por lo tanto puede ser juzgado por Dios, y en última instancia, si la criatura es malvada. Schopenhauer, citando a Aristóteles, dice que “la naturaleza no es divina, sino demoniaca”. San Juan literalmente expresa en la Biblia: “Sabemos que nos originamos de Dios, pero el mundo entero yace en poder del inicuo” (1 Juan 5:19). Si nos atenemos a los hechos de la novela, podemos determinar con plena certeza que la criatura es maligna, pero ¿qué motivos la mueven a obrar de este modo?

Debo reconocer que siento cierta debilidad por esta obra, como por algunas páginas de Dostoievski o algunos sonetos de Góngora. Lo que la criatura busca en todo momento es librarse de la soledad que le rodea, ya que todo ser viviente le da de lado. Es por esto por lo que le pide a Victor que cree una compañera. El trasfondo de la novela es el amor. Las circunstancias y el deseo de venganza impulsan al monstruo a cometer todo tipo de atrocidades y asesinatos, pero en él no hay una moral cristiana que cree remordimientos por las acciones realizadas. Pero ¿cuál es el origen del alma de la criatura? La tesis clásica, siguiendo a Tomás de Aquino, es el creacionismo que sostiene que Dios infunde el alma humana en el cuerpo en el momento en que éste está preparado para recibirla. En el caso de la criatura esto sucede al generar Victor una corriente de electricidad que de algún modo pone en marcha los fenómenos cerebrales de la criatura. De alguna forma, Dios se vería forzado a crear esta alma en ese preciso momento. Pero Dios no puede ser forzado ni por nada ni por nadie, ha dicho Spinoza. De modo que tenemos que plantear la cuestión en términos platónicos. El alma del monstruo ha preexistido desde toda la eternidad y entra en el cuerpo con motivo de la descarga de la electricidad, que actúa como ocasión para dar la vida al monstruo. De aquí surge otro dilema. ¿Cómo es posible que el monstruo sea portador del pecado original si no tiene padres de los que haya heredado la primigenia culpa? ¿La criatura puede ser juzgada por sus actos? Se ha comparado al monstruo con el Adán del paraíso perdido, pues se rebela contra su creador desde su mismo origen. Es bien sabido que Milton era honrado casi como una divinidad por los escritores románticos. Keats trató de escribir un poema épico, pero se vio sobrepasado por el influjo de Milton y el paraíso perdido. Shelley, el marido de la autora, escribió obras en las que atacó las concepciones naturalistas de Wordsworth y Coleridge. En este escenario, Mary Shelley se vio impelida por su imaginación a crear una obra que ha perdurado y que las generaciones presentes y futuras no olvidarán, pues ya es un clásico de la literatura británica.

La doctrina bíblica niega que haya un cielo o un infierno después de la muerte. (Eclesiastés 3:19-22) Y taxativamente se afirma que “el que ha muerto ha sido absuelto de su pecado” (Romanos 6:7) Aleixandre escribió “entre dos oscuridades, un relámpado” Y así nuestra vida va de la nada hacia la nada. Pero además Cristo murió por todos nuestros pecados y por toda la humanidad, por lo que gracias al sacrificio del Hijo de Dios se recuperará la vida eterna. Podemos estar tranquilos. El monstruo será salvado de sus pecados como cualquier otra criatura.

 

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