‘El hombre de la arena’, un relato de E.T.A Hoffmann

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Por Pablo Valdivia / La biblioteca inmortal.

 

De todos los relatos de E.T.A Hoffmann quizás el mejor y más conocido sea Der Sandmann (el hombre de la arena). Balzac, Poe, Hawthorne, Byron, Dumas (uno de cuyos relatos tiene como protagonista al mismo Hoffmann) o Flaubert lo admiraron. Goethe y Hegel lo denostaron. Como dijo Carnap, todo filósofo es un músico frustrado. En el caso de Hoffmann deberíamos decir que su talento musical no le daba para vivir, por lo que tuvo que acudir a la literatura. Apasionado de Mozart, (de hecho se cambió su nombre por Amadeus en honor al músico) el día más feliz de su vida fue cuando conoció a Beethoven y éste le dio la mano.

Este relato tuvo repercusiones fuera del ámbito literario, en concreto en la psicología. Freud lo empleó para tratar el concepto de lo siniestro (Umheilich en alemán) En cuanto al argumento en sí, poco cabe decir salvo que contiene elementos de carácter alucinatorio y que trata la dicotomía realidad/ficción tan típica del romanticismo. En una de las páginas, Nathanael, personaje protagonista, utiliza unas lentes para mirar a Olimpia, de la que se va enamorando lentamente, para ir olvidando a su verdadera amada Clara. Esta lente puede referirse perfectamente a las doce categorías del espíritu kantiano con las que se configura la experiencia. Las tres formas resumidas de Schopenhauer, tiempo, espacio y causalidad. También aparece la temática del doble en el personaje de Giusseppe Coppola, que resulta ser idéntico a Coppelius, el hombre al que Nathanael identifica con el hombre de la arena. El hombre de la arena es nuestro hombre del coco, que según la tradición y la leyenda, va a buscar a los niños que no quieren acostarse para echarles arena en los ojos hasta que sangren para luego llevárselos a la luna y dárselos de comer a sus hijos. Nathanael queda impactado con esta historia y reconoce a Coppelius, el abogado amigo de su padre, como este ser maligno. También le acusa de ser el causante de la muerte de su padre. En última instancia, su visión al final del relato le conducirá a la locura y a la muerte, gritando, ¡bellos ojos!, ¡bellos ojos!. Clara, su prometida, es vista años después junto a su querido marido y dos niños encantadores, encontrando la felicidad que Nathanael no pudo darle.

El relato gira en torno al eje central del miedo. Hoffmann, como después Freud en su ensayo, nos recuerdan que el miedo no se encuentra sólo en monstruos, asesinatos o en violaciones. El miedo puede ser perfectamente un sonido o una cara desconocida.

La influencia de Hoffmann llego a Poe, a Théophile Gautier e incluso a Kafka. Heine escribió sobre él: “sus libros son los más notables de nuestro tiempo. Todos llevan el sello de lo extraordinario… En los elixires del diablo se contienen las cosas más terribles y espantosas que puede imaginar el espíritu humano. ¡Cuán débil nos parece el monje de Lewis, que trata el mismo tema! En Gotinga, un estudiante se volvió loco tras leer esta novela.” Lovecraft, en su ensayo sobre el terror sobrenatural en la literatura, ensalza la obra de Hoffmann, pero la ve mermada, sin los elementos geniales que luego perdurarían en autores como Machen o Algernon Blackwood.

La literatura encierra pequeñas y breves obras maestras. El hombre de la arena es una de ellas.

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