‘Bodas de sangre’: la brillantez que no consigue deslumbrar

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Que yo no tengo la culpa, que la culpa es de…

 

CARLOS MESA ESPINOSA. ¿Y quién tiene la culpa? La producción que hace el Centro Dramático Nacional de Bodas de sangre, una de las obras más conocidas de Federico García Lorca, versionada y dirigida en esta ocasión por Pablo Messiez, no llega a deslumbrar al espectador. Y es una pena, porque es una propuesta muy potente con una puesta en escena espectacular.

Antes de ir a verla pregunté a todos los de mi alrededor que ya la habían visto qué les había parecido. Las opiniones, muy contradictorias, pero la mayoría se decantaban por el «no me ha gustado». Yo puedo decir que sí, me gustó mucho, pero únicamente consiguió calarme de verdad por momentos. El trabajo que ha hecho Messiez a la dirección es de sobresaliente: crea una atmósfera atemporal y el escenario se va transformando, con una magnífica escenografía de Elisa Sanz, en casa, un salón de bodas y un bosque que consiguen envolver al espectador.

Antes del comienzo de la representación, mientras el público entra en la sala, ya está Claudia Faci (que interpreta en la obra a la muerte) sobre un minimalista fondo blanco, desnuda, paseándose de un rincón a otro del escenario, a espera de que el público esté asentado para recitar, a modo de prólogo, el monólogo que escribe Lorca al inicio de Comedia sin título: «¿Por qué hemos de ir siempre al teatro para ver lo que pasa y no lo que nos pasa?«, lo que predispone al espectador a abrir su corazón por entero a los actores. Pero ellos, cuyo objetivo principal es lanzar flechas al corazón de quienes los están viendo, no lo consiguen del todo. Debo destacar el trabajo de Gloria Muñoz (madre) y Estefanía de los Santos (criada), con una presencia escénica brutal. Sus personajes no se les escapa en ningún momento y tienen una escucha escénica sobresaliente. Sin embargo, los verdaderos protagonistas, Carlota Gaviño (novia), Julián Ortega (novio) y Francesco Carril (Leonardo) no consiguen adueñarse del personaje, que se difumina en algunos momentos a lo largo de la obra, lo que lleva hasta la desconexión en el patio de butacas.

Sin embargo, creo que esta producción de Bodas de sangre debe verse. Por la brillante visión que da Messiez y porque Lorca, simplemente, es Lorca: «Yo siempre haré el teatro que me guste, el que siento. Y lo haré como me da la gana.»

 

 

 

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