De Duna Oltra, 15 años. Excelencia literaria.

 

En cuanto llega el verano aparecen en la mesa nuevas recetas: ensaladas de patata y de pasta, granizados, gazpachos y, por supuesto, huevos rellenos.

Mi madre solo los cocina cuando llega el calor. Dice que son de nevera y que en invierno no apetecen las cosas frías. Sin embargo, en invierno también comemos yogurts fríos, por ejemplo.

Hace dos años me enseñó a prepararlos. No tienen ningún secreto, están muy ricos y son resultones. Y aunque parezca extraño, ayer, mientras los hervía, me surgió otra duda: ¿los jóvenes actuamos igual durante todo el año o, en función de si es verano o invierno, somos distintos?

Duna Oltra

Bullía el agua cuando llegué a la conclusión de que sí, de que nos comportamos de manera distinta en función de la climatología. Es curioso porque, en definitiva, lo único que cambia es la temperatura. Pero en invierno estamos más recogidos, salimos menos —no sé si por pereza ante el frío, la lluvia o la nieve, o porque nos atrapa la rutina del colegio, con sus trabajos y exámenes—. Solo abandonamos el nido los fines de semana. Por otra parte, tengo la sensación de que estamos más serios y rígidos. Sin embargo, llega la primavera y en cuanto asoman tres rayos de sol, nos desmelenamos: se llenan las terrazas de los bares incluso entre semana. Nuestros padres ya no tienen tanta prisa por que lleguemos a casa aunque haya colegio al día siguiente. Da la sensación de que el jueves ya pertenece al fin de semana… Es sacar las magas cortas y…  Living la vida loca.

En conclusión, los huevos rellenos traen consigo aires de libertad.

 

 

 

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