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Play de Carmen Almandoz. Ganadora de la XVI edición www.excelencialiteraria.com

 

<<Inspira; expira; inspira; expira…>>

Era el quinto día que Eugenia salía a correr. Toda su concentración estaba puesta en la respiración, así como en la pieza musical que salía por sus cascos, <<Claro de Luna>>, de  Debussy. Pudiera parecer que no era la pieza adecuada para una mañana de deporte, pero a ella le encantaba aquel suave piano cuya melodía crecía progresivamente  hasta ganar toda potencia y fuerza.

–¡O, no! –Eugenia se detuvo.

Siempre le sucedía lo mismo: después de unos minutos de trote, los auriculares se le caían debido a sus diminutas orejas. No lograba encontrar aquellos que se le ajustaran correctamente.

Volvió a introducírselos en los oídos, pero al poco rato ocurrió lo mismo, y así varias veces más hasta que, furiosa y de un tirón, los desconectó del móvil y se los guardó en el bolsillo. De la misma, prosiguió su carrera.

Llegó al centro de la ciudad. A pesar de que era temprano, la calzada estaba repleta de coches y las aceras de gente: paseantes, niños que iban a la escuela, repartidores de paquetes… Sin quererlo, Eugenia dio un traspiés a causa de un cordón que se le había desatado. Cuando se agachó con una rodilla en el suelo, reparó en lo ajetreada que se encontraba aquel barrio. Todo el mundo parecía llegar tarde a una reunión o una tarea urgente que realizar. Solo una persona daba la sensación de encontrarse en la vía pública por placer: un viejo pintor que vendía sus cuadros en una esquina.

Carmen Almandoz
Carmen Almandoz

Además de los movimientos, abundaban también los sonidos:  las conversaciones se mezclaban con el hilo musical que salía de las tiendas para invitar a los clientes a curiosear en su interior, además del griterío de un mercado y los motores y bocinazos de la carretera. Resultaba molesto encontrarse allí. La gente no hablaba; gritaba cada vez más fuerte para hacerse escuchar por encima del ruido. La respiración agitada de Eugenia no no eran de gran ayuda para que se relajase en aquel ambiente confuso.

Días atrás no se hubiese atrevido, pero en aquella ocasión era tal su cansancio, el sudor que caía por su frente y el poco aire que entraba en sus pulmones que se dio por vencida. Necesitaba a Debussy, tenía que hacerlo escuchar, permitir que aquellas personas disfrutasen con la suave melodía. Tal vez así recuperarían la sensatez. Así que encendió el móvil, buscó la aplicación adecuada, pulsó el botón de play y esperó a que los peatones percibieran la belleza de la pieza.

 

 

 

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