La capital alemana se convirtió en imán de numerosos artistas por su atmósfera libre y en punto de encuentro de las vanguardias europeas. Es el caso de Ernst Ludwig Kirchner, miembro del grupo Die Brücke, que pintó sus célebres escenas callejeras durante los meses anteriores a la Primera Guerra Mundial, que estalló hace 100 años. Otros artistas afincados en Berlín, como Ludwig Meidner o Lyonel Feininger, se sintieron también estimulados por las calles en constante metamorfosis y adaptaron en sus obras elementos formales del cubismo, el futurismo o el orfismo.
Domina en muchos de estos cuadros un cierto aire apocalíptico, en predicción a lo que iba a ocurrir. Lo vemos particularmente en la obra de George Grosz, en la que Berlín se convierte en un lugar deshumanizado que camina hacia la autodestrucción; durante años denunció la hipocresía burguesa, y un orden social que consideraba injusto. Pasados los primeros años de la posguerra, pintores como Grosz o
Dix fueron suavizando sus planteamientos revolucionarios ante el convencimiento de que el arte no podía cambiar la sociedad. De las pobladas calles y sus conflictos sociales, su interés pasó a representar a los propios berlineses. Hombres y mujeres vestidos a la moda y fumando cigarrillos; toda la bohemia berlinesa de la República de Weimar ha llegado a nosotros gracias a los retratos realizados por Dix, Christian Schad o Rudolf Schlichter. Para inmortalizar a sus contemporáneos los artistas abandonaron el lenguaje expresionista para adoptar un nuevo realismo, conocido como Neue Sachlichkeit, es decir, Nueva Objetividad.
Paralelamente a la muestra, la Embajada de la República Federal de Alemania ha programado unas actividades complementarias en el Goethe-Institut de Madrid, que incluirán conferencias y proyecciones de películas.
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