De Irina Galera. Ganadora de la X edición de Excelencia Literaria.
Un día cualquiera, Arturo cumplió treinta y siete años. Lo único fuera de lo común en ese día fue un hueco “Cumpleaños feliz” que le cantaron en la oficina, y un whatssapp de su madre, felicitándole: <<Arturo, hoy es tu cumple, ¿verdad?… ¿O era el de Martin Luther King? Siempre me confundo>>.
Llegó del trabajo después de una jornada agotadora, más cansada que correr con un alce sobre los hombros.
Abrió la puerta y miró el correo: factura de la luz, factura del teléfono, factura del agua, factura del aire (ese mes había consumido veintitrés litros de oxígeno), factura por la tinta que habían usado para imprimir cada factura, y factura por todo tipo de derivados.
Después de informarse de todo lo que tenía que pagar, necesitó despejarse la mente con un espumoso y relajante baño acompañado de un relajante Martini. <<Y luego me releeré un libro motivante escrito por algún triunfador cuarentón con ganas de dar consejos, tipo “La felicidad está en tú interior; descúbrela» o «con un mal día, no se acaba el mundo”>>.
Entro en su cuarto sin encender las luces. La factura le había convencido de que se podía ver gracias a la luz de las farolas de la calle, que entraba por las grandes cristaleras de su piso. Se quitó la ropa y, sintiéndose más libre, se fue para el cuarto de baño.
Atravesaba la cocina cuando, de pronto, las bombillas se encendieron y su resplandor cegador, propio de un Ovni, iluminó la estancia.
-¡Sorpresa…! ¡Feliz cumpleaños! –corearon sus familiares y sus amigos.
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