No he sido consciente del estado en el que me encontraba hasta que mi madre, una noche mientras cenábamos, me relató las consecuencias del problema: estafas, mentiras, falta de libertad, injusticias, rechazos, dependencia… Todo eso y mucho más causa la ignorancia.
Al escucharla supe que padecía esa enfermedad, pues analicé mi día a día con algunas preguntas: ¿Qué estoy aprendiendo en el colegio? ¿Qué sé sobre mi país? ¿Y sobre el mundo… ?
Podría haberme respondido como Sócrates: <<Solo sé que no sé nada>>. Podría seguir dedicando mi tiempo de estudio a memorizar los párrafos de un libro para que, después de hacer el correspondiente examen, se me olvidase todo sin haber aprendido nada. Pero al darme cuenta de que seguir así no tenía sentido, me propuse algo que no es fácil: aprender a aprender. Es decir, estudiar por saber.
Los mejores remedios contra este mal son un buen libro (los hay de todo tipo y para todos los lectores dispuestos a aprender), un adecuado programa de televisión, un museo…
Pero hay algo aún más importante, que ayuda a tener educación y cultura: las personas que me rodean. Ellas son las que me enseñan, las que me recomiendan el libro apuntado, o el museo, o el programa de televisión.
Hago todo lo posible por aprender de ellas.
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