De Francisco Javier Merino Garach. Ganador de la X edición www.excelencialiteraria.com
El verano pasado culminé mi tercer Camino de Santiago. Pero éste no lo viví como uno más, sino como el Camino más auténtico. Y es que se trataba de recorrerlo en el epílogo de mi etapa escolar, concretamente de la historia que durante dos años he escrito junto a mis compañeros de Madrid, ciudad a la que me mudé al finalizar 4º de ESO. Por ese motivo, a pesar de la fatiga acumulada durante las etapas, ni yo ni ninguno de mis compañeros queríamos alcanzar la meta, llegar a Santiago, porque suponía el final de tantos momentos vividos juntos.
Una noche, cuando nos faltaba una semana para llegar a nuestro destino, compartimos albergue con los estudiantes de otro colegio, que vestían unas camisetas con un lema situado en la espalda, que me hizo pensar: <<Santiago es el final… ¿o el principio?>>. Por tanto, ¿llegar al sepulcro del Apóstol iba a suponer, junto con el final de nuestra peregrinación, el adiós a un tiempo inolvidable? ¿O se trataba del prólogo de una nueva y bella etapa?
El Camino terminó, pero no mis dudas. Las preguntas me persiguieron hasta el cinco de septiembre, cuando comencé la Universidad. Con las ojeras de quien no ha conciliado el sueño por culpa de una mezcla explosiva de nostalgia, miedo e ilusión, emprendí una nueva rutina.
Después de prepararme concienzudamente para la ocasión de llegar a la Facultad y escoger un sitio (la posibilidad de cometer un error es la pesadilla de todos los novatos), me subí en un tren hacia Vicálvaro, el barrio madrileño donde está mi campus. Allí esperé con el corazón en un puño. Si hubiese conocido entonces el desenlace de mi incertidumbre, me hubiera sacudido de encima todos los nervios, porque mi adaptación no ha podido ser mejor. He escogido una carrera apasionante (estudio Periodismo y Economía) y estoy haciendo muy buenos amigos.
Y tú, mi querido lector, ¿qué crees? ¿Santiago -o en tu caso, 2º de Bachillerato- es el final o el principio…?
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