Como cada día, al volver de clase, soltó la mochila en la cocina y a prisa salió a jugar al jardín.
Llegar a casa era el mejor momento del día. Aunque en la escuela no se lo pasaba nada mal, jugar y librar grandes batallas era una de sus mejores momentos.
Una espada, un escudo y el casco que consiguió del desván. Ese era el traje para salir fuera y volver a encontrarse con los gigantes que se empeñaban en destruir el campamento. Pero esa tarde, tardaron el llegar. Había un silencio diferente, la noche se echaba encima, el sol iba desapareciendo y ni rastro de los gigantes.
Permaneció escondido detrás de los árboles, hasta que en lugar de oír pisadas empezó a oír el trote de un caballo que avanzaba rápido.
Por un instante, dudó si dejar su escudo y volver a casa, o ser valiente y permanecer allí. En silencio, se escondió detrás del álamo para verlo más de cerca.
El galope se oía más cerca. De repente el jardín de casa se convirtió en un bosque que rodeaba una pequeña pradera. Allí pudo verlo, se trataba de un caballo, blanco, grande y robusto, brillante…En ese momento supo que sería su jinete.
Lo volvería ver, estaba seguro, pero se había hecho tarde y tenía que volver a casa. Por el camino libró una última batalla, la de salir de su propia imaginación.
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