La última novela de Lea Vélez, Nuestra casa en el árbol (Editorial Destino), es un canto de amor a la infancia que aúna experiencias familiares, enfrentamientos con las normas sociales, conflictos con la enseñanza estandarizada, amor por la naturaleza, pasión por las palabras y el deseo permanente de ofrecerle a los niños, a todos los niños del mundo, respeto, conocimientos profundos, voz propia y libertad.
Tras la muerte de su marido, Ana decide que la vida de ciudad, las mil extraescolares, los problemas educativos, los infinitos deberes repetitivos y la dislexia galopante de su hijo mayor son demasiado para ella. No puede más. No tiene tiempo para vivir del modo que el sistema le impone y a la vez estar con sus niños. Entendiendo que ella es la mejor «profesora de extraescolar» para ellos, decide romper con todo. Escapa de un mundo derruido y lleno de dolor, vende todo lo que la ata a Madrid y se marcha al sur de Inglaterra, al hostal inglés que su marido le dejó en herencia.
Allí, en Hamble-le-Rice, un bucólico pueblo de pedernal junto a la desembocadura del río Hamble, Ana crea un mundo de humor, un entorno irreverente y liberal, en una antigua escuela de carpintería situada en el borde mismo del agua.
Sus hijos, Michael, Richard y María, gracias a su vida en plena libertad, extraerán de sus aventuras y experiencias personales sus propias vocaciones y destinos, demostrando que la excelencia puede alcanzarse a través de la sencillez, sin sacrificar la infancia en favor del futuro.
Ha vivido junto al río Hamble, junto al mar de Brighton, en Inglaterra y en la sierra madrileña, paisajes no tan dispares, que forman parte inextricable de su literatura. De sus cuatro novelas publicadas, dos están escritas en colaboración y las dos últimas en solitario: La cirujana de Palma (2014, Ediciones B) y El jardín de la memoria (2014, Galaxia Gutenberg).
Es aficionada a la música y a la carpintería y tiene la manía de convertir en ficción todo lo que le rodea. En 2015, construyó una casa de madera sobre la encina del jardín sin ayuda de nadie, solo para demostrarle a sus hijos que una mujer puede hacer lo que se proponga y que para construir algo, un libro, un universo, lo que sea, solo hay que poner un tablón al día durante un año.
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