Por Pablo Valdivia / La biblioteca inmortal.
Hay novelas y relatos para el delicioso recuerdo. Pongamos por caso las aventuras de Arthur Gordon Pym del genial Poe; el deleite que nos proporciona la lectura de el hombre que fue jueves de Chesterton; la historia más bella del mundo de Kipling; la historia corta pero intensa de Conrad la laguna; creo no equivocarme si en este selecto elenco colocamos los muertos de Joyce. En 1877 Walter Pater afirmó que todas las artes aspiran a la condición de la música, que es pura forma. Esto ya lo había anotado Schopenhauer en su obra principal el mundo como voluntad y representación al sostener que la música es en sí misma la manifestación suprema de la voluntad, sin necesidad de encarnarse. Cuando terminamos de leer los muertos sentimos la pasión de haber escuchado una bella sonata, pero que nos deja con un sabor agridulce.
Dios es una sustancia infinita y eterna, que se expresa en infinitos modos y atributos, según el pensamiento de Spinoza. Creo advertir en Joyce la tesis escotista de la haeccidad, esto es, el modo en el que una sustancia individual se hace única frente a las demás. En la teoría escolástica esto se manifiesta a través de la manera en la que la forma y la materia se unen para formar la sustancia. La nieve simbolizaría un atributo oculto de la divinidad que lo es todo, lo que nos conecta a todos los seres humanos. O visto de otra manera, el sin sentido de la vida que ya proclamase Góngora en sus Soledades.
[1] Este beso para el mundo entero, abrazaos millones.
[2] No se da un tercer término.
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