Por Carmen F. Etreros.
Nunca pensé que tendría que escribir este triste post pero en cierto modo parte de lo que soy se lo debo a Pedro Sorela. El profesor de la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, escritor y periodista ha dejado una inmensa tristeza y una huella imborrable en todos sus alumnos y en aquellos que tuvieron la suerte de conocerle.
En año 1994 me apunté un poco a lo loco a un curso de doctorado sobre el llamado Nuevo Periodismo. En mi vida y mira que he realizado cursos, viví de una forma tan intenta un curso de doctorado. Sus recomendaciones de libros, sus comentarios a nuestros relatos, su exigencia inquebrantable, su personalidad y sus anécdotas nos descubrieron a los 12 alumnos que pasamos ese intenso año en sus clases una nueva perspectiva del periodismo, la literatura y la vida. Descubrimos nada menos que a Truman Capote, Héctor Aguilar Camín, John Berger, Susan Sontag… Nos enseñó a pensar, a leer y por supuesto a escribir. Todo un lujo que conservo en un cajoncito de mi memoria con las que desde entonces y gracias a ese curso se convirtieron en buenas amigas.
De su trayectoria como periodista destaca su colaboración en 1975 en el diario El Correo Español-El Pueblo Vasco de Bilbao y que durante el período de 1976-1984 fue redactor de la agencia Europa Press, hasta que en 1984 ingresó en el diario El País, entonces uno de los impulsores de la información cultural. En este emblemático diario durante 4 años escribió una columna semanal y también colaboró en revistas literarias, como la mexicana Letras libres o Revista de libros.
Ayer por la tarde descubrí su web y su último post La mentira más gorda con menos palabras en el que habla de la educación y de la importancia de los idiomas:
«Se me ha ido el folio sin poder explicar que lo poco que soy se lo debo en muy buena parte a los profesores antediluvianos que, en colegios diversos me ponían deberes casi siempre imposibles, que corregían sin contemplaciones: es más, solían ser ogros y tener lenguas no de fuego sino de ácido, cuyas verdades se graban con más facilidad. Por lo general los deberes consistían en redactar las temibles «disertaciones» del sistema educativo francés, y resolver problemas de matemáticas, física y química, que a base de pura terquedad personal y vergüenza torera terminé por aprender a resolver, o casi, para mi gran sorpresa, lo cual agradezco infinito cuando comparo mi formación con la de mis amigos «de letras». Y mucho más que sorpresa: para mi gran felicidad, que aún me dura, tras conseguir algo para mí difícil con un esfuerzo que nadie más podía prestarme…».
Pues eso, se me ha ido el post sin explicar que lo que soy se lo debo a Pedro Sorela y a otros profesores que como él hicieron de la exigencia y el esfuerzo la esencia de nuestro carácter.
Descanse en paz y siempre en nuestros corazones.
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