Por Anabel Sáiz Ripoll.
Jordi Sierra i Fabra, en 2008, creó una figura singular, el Inspector Mascarell. Mascarell protagoniza distintos casos en el mejor estilo de la novela negra, aunque con unas diferencias y unos matices que lo hacen especial, más nuestro, más entrañable, más real.
En julio de 1947, ocho años después de la primera aparición de Mascarell, volvemos a encontrarlo en Barcelona, en Siete días de julio (2010). Se ha pasado ese tiempo en el Valle de los Caídos y ha logrado salir de forma misteriosa. Por fin llega a Barcelona y se siente vencido, fuera de lugar, sin propósito en la vida. A sus 63 años tiene que empezar de nuevo. Ha perdido su casa, apenas tiene para vivir, se siente viejo y su pasado como inspector leal a la República lo persigue. Vive en una modesta pensión y, allí, recibe un extraño encargo, que investigue la muerte en extrañas circunstancias de una prostituta. Junto al encargo van 1000 pesetas de las de la época que le permiten comprarse ropa y tratar de respirar. Mascarell, de nuevo, decide aceptar el encargo que lo lleva a las puertas del desastre personal. Sin quererlo es la pieza al hijo de uno de los delincuentes que él llevó a la cárcel le hacía falta para vengarse. En una época en que las fortunas ascienden y que todo vale, Mascarell se siente confuso, pero sigue siendo leal a sí mismo. Acaba descubriendo que algo huele a podrido en las nuevas fortunas catalanas que se han puesto al lado de los vencedores vendiéndose a sí mismos. En este devenir por Barcelona, a taxi y a pie, Mascarell vuelve a sumar dos y dos y a desentrañar la madeja que casi, insistimos, acaba con su propia vida. Coincide con Patro Quintana, que se ha convertido en una joven espléndida que debe vender su cuerpo para vivir y ella le ofrece algo más que lealtad, le da una nueva esperanza.
En una Barcelona gris, teñida por el estraperlo y por la diferencia de clases y el abismo entre pobres y ricos, Mascarell vuelve a darse cuenta de que él sigue en el bando de los otros, los que lo han perdido todo y que, sin saber cómo ni por qué, siguen adelante.
En este segundo libro aparece un personaje entrañable para Sierra i Fabra, su padre Valeriano quien, joven aún, coincide con Mascarell a quien conocía y le cuenta su presente, que va a ser padre, que vende joyas, que trabaja en una seguradora. Mascarell en algún momento piensa, mirando al cielo, que ese mes de julio es buena fecha para que nazca el hijo de Valeriano. Justo termina la novela en el 26 de julio de 1947, fecha en que nació Jordi Sierra i Fabra.
En las novelas el elemento temporal, como vemos, es muy importante y marca el caso que, en ese momento, lleva Mascarell quien, sin duda, es un policía atípico, puesto que ya no lo es, pero, sin embargo, se niega a abandonar ese instinto que lo ata a su profesión, a sus deseos de saber la verdad y a esa especial fuerza que tiene a la hora de investigar. Mascarell es un derrotado, sí, pero con mucha fuerza y muchas herramientas que conserva de su juventud.
Jordi Sierra i Fabra, en este episodio, aprovecha para introducir unos personajes decisivos en la España de posguerra, los maquis. Aquellas personas que siguieron luchando por la República en condiciones muy duras, pero sin perder la esperanza. Uno de estos maquis es el hijo de Teresa, la que fue criada de la madre de Pau y, por ahí, Mascarell, va devanando el ovillo.
Encuentra, gracias a un camarada del asesino de Pau, quien está ahora encarcelado y medio ido, el emplazamiento de la tumba y el lugar donde están los famosos diamantes: Pau se los tragó. Benigno y su sicario muestran toda la violencia de la que son capaces y, contrarreloj, se resuelve el caso de la mejor manera, aunque con sufrimiento y angustia.
De nuevo Barcelona es protagonista del episodio, una Barcelona desigual, acorralada y gris que lucha por salir adelante, mientras que Mascarell, ya mayor, ya cansado, la patea de arriba abajo en busca de respuestas que, tarde o temprano, acuden. Hay un tema muy importante también como es el de la comida, la necesidad de comer en una España de posguerra desposeída de todo y como, el dinero, como hoy, logra milagros.
La búsqueda de una tumba olvidada hace que en Mascarell se levante el deseo de ir a ver otra tumba, la de su hijo, de la cual conoce su localización gracias a uno de sus camaradas quien, en el primer episodio, le llevó las coordenadas exactas. De alguna manera, va restañando sus heridas.
Miquel y Patro, en esta ocasión, han estado a punto de perder sus vidas en aras de la violencia de un loco, aunque, por fortuna no era el momento aún. Patro sigue siendo joven, hermosa, positiva; una mujer cálida y afectuosa que logra, poco a poco, que Quimeta vaya desapareciendo de la mente de Mascarell quien ya en el siguiente título no conversa con su difunta mujer. Nos referimos a Dos días de mayo (2013). En esta ocasión nos situamos en 1949, en vísperas de la visita de Franco a Barcelona. Patro está de viaje familiar y Mascarell, aunque solo faltan dos días para que regrese, la echa mucho de menos.
Mateo Galvany, el que había sido jefe de Mascarell, a quien conocimos en el segundo título de la serie, ha muerto atropellado en extrañas circunstancias. Su hija, María, acude al inspector que, aunque ya no lo sea, depurado y mayor, con 65 años, no puede evitar hacer caso a su instinto que, como siempre, le marca la pista. Comienza a investigar un caso muy embrollado, que lo lleva a relacionar a distintas personas, en principio, muy dispares. Acaba, incluso, una noche en la cárcel y con otro diálogo con el comisario Amador quien sigue siendo igual de ruin que en el segundo episodio y amenaza de nuevo a Mascarell. Poco a poco, con el tiempo en contra, se da cuenta nuestro protagonista que lo que buscaban Mateo y sus amigos era atentar, ni más ni menos, que contra Francisco Franco, aunque se complicó todo con algunos soplos a la policía que provocaron muertes y detenciones y más dolor. Mascarell asiste, en primera persona, al desenlace del caso que se frustró, aunque manifiesta el estado de ánimo de muchas personas que nunca se sintieron a gusto bajo la Dictadura.
Sierra i Fabra dibuja muy bien la época, recrea los ambientes con minuciosidad de un cirujano y hace que, a través de la mirada lúcida, irónica y afilada de Mascarell, nos sumerjamos en unos años complicados en que lo importante era sobrevivir. En esta ocasión se pasea por los bajos fondos, coincide con antiguos ladrones a los que una vez tuvo que detener, pero también se muestra que fue siempre un hombre íntegro que inspiró el respeto en todos. Esta aventura maneja muy bien el tempo lento puesto que nos describe con absoluto rigor, casi hora a hora, esos dos días angustiosos de mayo, el 30 y el 31 de 1949.
En esta ocasión, Sierra i Fabra aborda el tema de los Monuments Men, la organización que, tras la guerra, se dedicaba a buscar y a recuperar las obras de arte expoliadas por los nazis. La cartera robada contenía, ni más ni menos, uno de los álbumes del propio Hitler en donde aparecían, como si fueran cromos, las reproducciones de algunos de los cuadros robados. El dueño de la carteta era un inglés que estaba tras la pista de un nazi afincado en Barcelona y que resulta ser asesinado, aunque, oficialmente, se diga que se suicidó. Su novia, una inglesa pelirroja muy capaz e independiente, acude a Barcelona a hacerse cargo y traba con Mascarell una relación de ayuda mutua que se salda con la muerte del temible comisario Amador, quien, cómo no, estaba detrás de esta mafia.
Mascarell se pregunta qué hace a su edad, por qué no lo deja, por qué no se dedica a estar con Patro, pero algo más fuerte que él mismo le hace retomar su trabajo de inspector, aunque se juegue la vida más de una vez.
Sierra i Fabra es muy hábil con los diálogos, permite que los personajes se desenvuelvan ante los ojos del lector y nos acerca, de nuevo, a una época y a una ciudad que, poco a poco, en apariencia, van saliendo adelante.
Mascarell es un hombre de un extraño humor negro, que emplea para salir adelante, un hombre noble y, en apariencia huñaro, pero que lucha por sobrevivir y por proteger aquello que más quiere, Patro, su segunda oportunidad.
El séptimo caso del inspector Mascarell se titula Tres días de agosto (2016) y nos lleva a la Barcelona de 1950, en un mes de agosto excepcionalmente caluroso. Patro y Miquel se disponen a pasar un día en la playa cuando, de repente, todo se pone patas arriba. Patro desaparece, secuestrada, y el antiguo inspector republicano de se ve inmerso en la peripecia más personal de todas las que, hasta la fecha, ha protagonizado. Antes de la Guerra no pudo resolver el caso de un soldado fallecido en extrañas circunstancias porque se puso enfermo y ahora el pasado sale a recibirlo. Ha de volver al año 1938, a los días en que Barcelona fue bombardeada sin piedad. La bomba que hizo saltarla esquina de la Gran Vía con la calle Balmes es el punto de partida de esta historia dramática y singular como ninguna. Mascarell ha de olvidar que está en juego la vida de Patro de centrarse en averiguar qué pasó en realidad. Un grupo de jóvenes idealistas fueron sacudidos por la Guerra Civil y sus vidas hechas añicos. Descubre que el joven al que acusaron de la muerte de ese soldado era inocente y va mucho más lejos hasta entender las miserias humanas, los miedos que ocasionó el llamado alzamiento. En el centro se destaca el nombre de una mujer, Herminia, quien será la clave de todo. Finalmente se resuelve bien, pero quedan las aristas en el alma y los miedos y la necesidad de olvidar. También en esta caso, Mascarell descubre algo que le va a cambiar la vida y que le hace sentirse, a partes viejo, a partes esperanzado, va a ser padre.
Es con ese escenario de fondo, cuando un antiguo subordinado de Mascarell, Humet, regresa del infierno y le cuenta como él y cuatro policías más tuvieron que irse al exilio. Le habla del tormento de Argelès, de la Línea Maginot y del horror de Mauthausen. Es en momentos duros cuando se descubre el valor de las personas y Humet sabe, de primera mano, que no siempre es posible. Dos de sus amigos mueren duramente y el tercero, enloquecido y mirando por su vida, es quien provoca todavía más dolor. Humet ha llegado a Barcelona con el objetivo de matar a este hombre, a Piñol porque siente necesidad de hacer justicia. No obstante, Humet y su prima mueren asesinados y eso hace que Mascarell se vea con la necesidad moral de investigar, aunque lo que descubre no le hace muy feliz, pero, por un imperativo moral, debe hacerlo. La novela se desarrolla en la última semana del embarazo de Patro y acaba cuando esta da a luz a una niña, a la que llamarán Raquel, en memoria de su difunta hermana.
Miquel Mascarell es un hombre ya mayor, que ha vivido los horrores de la Guerra Civil en propias carnes y quien, por un azar del destino, tiene una nueva oportunidad en la vida y decide aprovecharla, aunque, como policía que fue, no puede evitar conservar su instinto y su vocación de servicio a la sociedad.
La serie de Mascarell no sitúa frente a una Barcelona en plena posguerra y nos permite recuperar la memoria. Testigo de esa época, Mascarell vive los episodios y los momentos clave y conoce a distintas figuras de relieve en esos momentos, sean los maquis, los espías o los supervivientes de los campos de exterminio. Es un friso admirable de esa época que tiene la habilidad de salir del libro y humanizarse porque Mascarell es un personaje cercano. Hombre de carácter, con un sentido de humor diferente y una especial manera de ver la vida, sigue adelante por instinto y con voluntad de sobrevivirse a sí mismo.
Sierra i Fabra se ha documentado de manera exhaustiva para escribir esta serie porque, por sus páginas, desfilan datos, hechos exactos. Así, las sesiones de cine, a las que el propio autor es muy aficionado, como Mascarell y Patro; noticias periodísticas como las de “La Vanguardia”, nombres de calles o descripciones llenas de detalles que nos acercan a esos años en los que Miquel Mascarell trataba de seguir viviendo al lado de Patro, su última oportunidad. Queremos hacer notar, por ejemplo, los diálogos que son realistas, directos y que permiten conocer bien a los personajes. Destacan las conversaciones con los taxistas porque Mascarell, poco a poco, por su edad, camina menos y va más en taxi y allí, en ese interior, también aparecen elementos importantes para conocer Barcelona.
Los casos de Mascarell, sin duda, son de una potencia excepcional porque el protagonista es un ser real, humano, casi un antihéroe que, a veces se nos hace entrañable, otras enérgico, pero siempre humano. Sierra i Fabra, de alguna manera, se da a sí mismo en sus páginas.
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Ver comentarios
Es la mejor serie de novelas que he leído de este tipo.
Miquel Mascarell es espectacular
Hilario Soler es espectacular
Me encantaría que el autor publicara dos series más de ambos ambientadas en los años 1930-1936 para poder:
En la de Miquel Mascarell que cobren protagonismo Roger, Patro, Lenin, Reme la portera, Remedios Expósito y Mercedes Expósito y los policías que aparecen en los flashbacks.
En la de Hilario Soler asistir al nacimiento de Montserrat e Ignacio y ver como se enamoran Roser e Hilario Soler.
Y sobre todo por ver actuar a nuestros dos protagonistas en la División de Investigación Criminal del Cuerpo de Vigilancia y Seguridad y poder tener en algún caso a la División de Investigación Social del Cuerpo de Vigilancia y Seguridad.
Enhorabuena a Jordi Sierra i Fabra por tantas horas leyendo y releyendo sus novelas y por lograr que ames a todos los personajes principales y secundarios están muy bien creados.
Y si se pudiera continuar la serie de Hilario Soler en los 1960 brutal por seguir viendo a Ignacio y Monserrat y su pasión por los Beatles y por las investigaciones de Ernesto Quesada e Hilario Soler.
Y las apariciones de Roser con Hilario.
Espectacular serie que en solo cuatro tomos ha logrado captar la esencia de ella.
Jordi Sierra i Fabra es un maestro escribiendo este tipo de novelas.
Enhorabuena al autor de nuevo.
Me gustaría una novela con los dos inspectores juntos, ¡¡¡seria brutal!!!