Relato: ‘El peso del futuro’ de Ana Santamaría

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De Ana Santamaría. Ganadora de la XIII edición www.excelencialiteraria.com

 

<<No sabía que el futuro pudiese pesar tanto>>, fue lo último que pensó Elisa antes de quedarse dormida. Sus dieciocho años estaban a punto de abrirle un mundo lleno de posibilidades, que le parecía demasiado grande y para el que no se sentía preparada. Al día siguiente iba a abrir una de las puertas que la separaban de ese mundo: el temido examen de Selectividad. 

Selectividad,… Esa palabra saltó en su mente como un resorte en cuanto sintió que una mano le tocaba la parte inferior de la pierna.

–Despierta, Elisa.

–¿Qué hora es? ¿Qué ha pasado? ¿Llego tarde? –se incorporó en la cama, muy alterada.

Le respondieron unas dulces carcajadas que envolvieron el ambiente en una nube de calma. Entonces Elisa encendió la luz de la mesilla de noche para ver de quién se trataba. Era un muchacho, que estaba a los pies de su cama vestido con vaqueros y una camisa de cuadros. Cometió el error de mirarlo de abajo a arriba; cuando sus ojos se posaron en su cara, no pudo evitar que se le escapara un grito de horror: ¡no tenía rostro! Era como si se lo hubieran borrado, como cuando se pasa un trapo a una pizarra manchada de tiza. 

–¿Quién… qué eres? –le preguntó entre asustada e intrigada.

–Soy el futuro –respondió el chico despreocupadamente.

–¿Cómo que mi futuro? –se sorprendió un poco más–. ¿Y por qué no tienes cara? ¿Eres real o producto del sueño? 

–Seré real cuando consigas verme.

Elisa volvió a mirarlo, esta vez achinando los ojos, pero no fue capaz de distinguir qué había en el lugar de su rostro. 

–Seré real cuando consigas tocarme.

Ella se incorporó, estiró su brazo y se dispuso a rozar la mano de aquel extraño muchacho, pero cuando sus dedos iban a tocarle, él se echó hacia atrás, esquivándola. Elisa lo miró con cara de reproche y estiró su brazo un poco más, pero, de nuevo, cuando creía que iba a conseguirlo, el chico se escurrió de entre sus dedos.

–Si cada vez que voy a tocarte, te apartas, nunca serás real –le reprendió.

–Seré real cuando te seas fiel a ti misma.

–¿Qué quieres decir? Estoy empezando a cansarme de este jueguecito.

–Seré real cuando te seas fiel a ti misma –repitió.

–Está bien… Te reconozco que estoy enfadada contigo porque no entiendo quién eres ni qué haces aquí. Que estoy nerviosa porque mañana me presento a la Selectividad y asustada por si no saco la nota necesaria para lograr entrar en la universidad –se sinceró, al entender lo que el chico le pedía.

–¿Y para qué quieres sacar una nota alta?

–Para estudiar Medicina.

–¿Y de verdad quieres estudiar Medicina?

–¡Pues claro!

–Seré real cuando te seas fiel a ti misma –insistió.

–Vale, no quiero estudiar Medicina. ¿Contento?

–¿Y a qué te gustaría dedicarte?

–A la música –le confesó.

–¿Y a qué esperas?

Elisa, que siempre tenía respuestas para todo, se había quedado sin nada que decir. De pronto se daba cuenta de que debía dar el paso y descubrir a sus padres que quería dedicarse a cantar y no a sanar. Que la medicina era una ocupación muy digna, pero que no era para ella.

–Seré real cuando… –volvió el muchacho a su cantilena.

–Cuando me sea fiel a mí misma. Lo has dicho diez veces –añadió aburrida.

–Seré real cuando tú me construyas –volvió a la carga.

Un vapor inundó el cuarto, ocultando al chico de la camisa de cuadros.

–Ya puedes dormir tranquila, Elisa. Nos veremos en la prueba. Mañana seré real. Mañana me harás real.

Desapareció de la habitación. 

Por alguna extraña razón no se sentía asustada, ni cohibida ni impresionada. Por primera vez en mucho tiempo sabía lo que tenía que hacer: abrir la puerta adecuada para adentrarse en su nuevo mundo. Y esa puerta no se llamaba Selectividad. 

 

 

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