Por Esther Castells. Ganadora de la III edición www.excelencialiteraria.com
Estaba reordenando mi biblioteca cuando me he topado con “Cyrano de Bergerac”, un ejemplar de bolsillo publicado por Espasa, de portada moteada y malva.
Este libro me trae recuerdos felices de una época en la que todo estaba por decidirse. Días de estudio y tardes de verano. Y siempre, en cualquier momento, una novela en la que zambullirme.
Llegó a mi vida la película antes que el libro. En concreto, la versión en la que Gerard Depardieu interpreta a Cyrano. Poco después cayó en mis manos el texto de Edmond Rostand . Y es ahí donde todo comienza…
La lectura es un mundo vasto e inmenso como el océano. Tengo claro que mi vida va a consistir, de alguna manera, en leer todo lo que pueda. Y que moriré sin haber leído todo lo que hubiese querido.
Como en toda disciplina, la lectura precisa dar pequeños pasos. Nos iniciamos como en cualquier otro pasatiempo, hasta que llega el día en el que descubrimos que se ha convertido en una pasión en la que todo encaja y no hay vuelta atrás. “Cyrano de Bergerac” fue uno de los títulos que hizo que me enamorase de la lectura, aunque de eso tomé conciencia con el paso de los años, cuando alcancé cierta perspectiva. Ahora la nostalgia se apodera de mí, al desempolvar mi patrimonio en papel. Así, ¿qué mejor opción que “Cyrano” para reflexionar del amor y de los libros al mismo tiempo?
Se trata de una obra teatral del siglo XIX, que expone la historia de un triángulo amoroso: Cyrano, consumado espadachín, hábil orador y poeta ama a su prima Roxana, pero a pesar de todas sus cualidades, le acompleja su prominente nariz. Por ello se siente indigno de ella e incapaz de expresarle sus sentimientos. Toda su elocuencia se evapora cuando se ve frente a su prima: cuando se trata del corazón, todos somos actores mudos.
Christian aparece en escena. Es un joven atractivo que busca ganarse el afecto de Roxana, pero las prendas del cadete son únicamente físicas. Entonces acude a Cyrano, para aprovecharse del parentesco que le une a Roxana. Le pide que le ayude a acercarse a ella valiéndose de su ingenio. Y empieza la comedia: Christian sigue los consejos del protagonista al pie de la letra: acuña sus palabras, versos y cartas. El cadete representa al amante, pero el poeta es el corazón: vuelca su alma a través del otro enamorado. Pone voz a su amor desde la sombra, de la única manera en que se atreve a hacerlo, pues la escritura muestra tanto como oculta. Cyrano es pantalla, espada o escudo, según como se utilice, siempre entre la realidad y la ficción, que aquí están intrínsecamente unidas. Y una parte de la trama gira en torno a esta cuestión: valerse de un engaño para contar la verdad.
Con el paso de los años me he dado cuenta de que, en algún momento de la vida, todos somos Cyrano. ¿Acaso no hemos tenido a una persona en especial a la que hemos admirado y a la cual, por vergüenza, timidez o complejo nunca hemos confesado nuestros sentimientos? Porque… ¿cómo iba a fijarse en mí? Las razones no importan, aunque son las que nos mantienen en silencio, donde siempre. Cerca pero lejos. Muy lejos. De hecho, no todos lo confesamos. Sólo los valientes lo hacen.
Por eso aprovecho la maravillosa historia que encierra ese libro para invitar a vivir el amor. El romántico y el literario.
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