Olía filtro quemado de Alfred Besora, Ediciones El Drago, 2021.
Anabel Sáiz Ripoll
Olía a filtro quemado responde a las inquietudes, dudas, afectos y sinrazones de su autor, Alfred Besora quien, al fin, se ha decidido a compartir con el lector algún resquicio, alguna quimera, esa manera diferente de ver el mundo y a la vez igual que solo tienen los poetas. El poemario se organiza en cinco partes bien marcadas: Nunca de veo con la misma cara, Poemas de emergencia, Poemas húmedos, Poemas que curan, Poemas del viento, Poemas de las cinco de la mañana y El poema más corto del mundo. Por los títulos podemos intuir una desazón íntima y acuciante que impulsa a su autor a ir hacia adelante sin dejar de mirar, aunque sea de soslayo, o tal vez intuir, los restos de lo que quedó detrás. De ahí Olía a filtro quemado, como el eco, la huella, la sospecha de lo que fue o pudo ser, de lo que fue y se esfumó, pero que aún duele.
Sus poemas, directos, vibrantes, enérgicos, llenos de brío y de pasión, tratan de poner en su sitio algunas piezas del puzzle personal, aunque no lo logran del todo, porque surgen nuevas ramificaciones y otros ecos y otras esencias.
En primera persona, con la verdad en carne viva, el poeta se trasciende a sí mismo en una extraña pirueta que le hace mezclar aspectos del pasado con el presente, elementos urbanos, ecos de canciones, fragmentos de poemas, lirismo y, a veces, prosaismo. Lo sublime y lo pragmático se unen en ese olor a filtro quemado que no es otra cosa que la estela de lo que fue y aún supura.
Entre el arte menor y mayor, ayudado del encabalgamiento, con comparaciones muy potentes y un uso certero del verbo; los versos de Besora son directos como disparos al pecho, los poemas van desgranando su periplo y abranzando distintas emociones, la esperanza, el anhelo contenido, la emergencia, las premuras, la contemplación, el pasar página, el dolor agudo, el amor y el desamor, entre otros.
Alfred Besora hace suya la premisa de Javier Marías de que uno “no debería contar nada”, pero acaba contándolo porque, si no, se le enquista y aún duele más. “Quiero ser luna esta noche” en una reminiscencia lírica, aunque “Escuece / la mano ajena clavada”. Ante el dolor, hay que actuar rápido, sin vacilaciones: “es mejor aplicarse un torniquete”. Otras veces, se siente prisionero: “en la oscuridad más negra y viscosa”, pero siempre sabe que “la luz va a venir”. Hay una urgencia plástica en sus poemas, un pedir permiso para entrar en el terreno del ortro: “Permíteme morderte” o “Quiero que me anudes” o, ya más pausado, “Dame la mano /y entremos en el mar / del atardecer” y la gran pregunta: “¿Le has dolido alguna vez a alguien?”. La idea de encontrar el lugar donde uno encaje sin saber a ciencia cierta si será posible: “Fuimos apenas piezas / de diferentes puzles / cuyas cajas / alguien decidió mezclar”. Al fin llegan las verdades y la aceptación: “Volveré a casa sangrando, / pero feliz en mi asosegada / soledad”. Y “Te reniego”. Esa es la historia, del amor y el desamor, de la aceptación y el coraje, de la huida hacia adelante y de la aceptación final: “Enterré la opción de odiarte / a dos metros bajo tierra”.
En definitiva, Olía a filtro quemado es un poemario valiente y lleno de verdad.
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