Crítica de ‘Spencer’: Un angustioso retrato de la Lady Di más humana

 

Spencer

Diana Spencer, la Princesa de Gales, Lady Di… La mujer que se atrevió a permanecer auténtica frente a los impostados de la Corona Británica. En los últimos 40 años, desde que empezara a salir con el Príncipe Carlos, la ficción vio en ella una auténtica bomba por explotar. Algo que se multiplicó tras su trágica muerte en 1997. Hemos tenido numerosas interpretaciones de lo que debió ser Lady Di, algunas más acertadas que otras. Sin ir más lejos, recientemente hemos podido ver a Emma Corrin en The Crown ofreciendo una versión hipnótica de Diana. Ahora es el turno de Kristen Stewart, que en Spencer debe dar luz a la parte más personal y dolorosa de la ya mítica figura.

Dirigida por Pablo Larraín, Spencer nos sumerge en Sandringham House, una casa de campo perteneciente a la Familia Real. Es diciembre de 1991 y la Corona se reúne para celebrar las navidades. Diana lleva 10 años casada con Carlos y tienen dos hijos, Guillermo y Enrique. Los días de celebración serán, sin embargo, un infierno para Lady Di, que no consigue encajar y ser aceptada por el resto de la familia después de tantos años de tensiones, infidelidades y humillaciones. La presión que carga sobre sus espaldas le ha llevado a sufrir una profunda depresión que explotará durante los 3 días que recoge la película.

 

Kristen Stewart tenía, por tanto, un papel particularmente complicado. Interpretar a alguien tan conocido y manido, y hacerlo en sus momentos más delicados, no es tarea sencilla. Sin embargo, la actriz es capaz de mimetizarse a la perfección y ofrecer la mejor actuación de su carrera hasta la fecha, un trabajo que bien podría valerle el Oscar dentro de unos meses. Cada mirada llena de pena, cada gesto… Su Diana es la más obtusa y humana que se ha visto nunca en pantalla. Una mujer rota, ahogada en una jaula de oro de la que no puede escapar y obligada a hacerse daño a sí misma para demostrarse que sigue viva, que aún es capaz de sentir. Spencer es el certero retrato de una depresión. El propio guardaespaldas de Lady Di ha asegurado que la actuación de Stewart es «la más cercana a la verdadera» tras ver la película.

Diana verá visiones, llegará tarde a cenar, se negará en rotundo a seguir las normas de la casa y verá conspiraciones por todas partes a medida que se va encerrando en sí misma. La compleja psicología que presenta el personaje de Stewart no es otra cosa que alguien sufriendo los agobios de vivir en un mundo al que no pertenece y del que es constantemente repudiada. Spencer es una experiencia angustiante, un grito sordo de auxilio en mitad de la oscuridad, donde no se distinguen rayos de luz. Cada nueva escena hunde aún más a su protagonista, hasta el punto de que ni siquiera sus hijos parecerán ser capaces de salvarla.

Larraín, de manera muy inteligente, toma la decisión de que todos los demás personajes que habitan en Sandringham sean tan solo meros espectadores de la tragedia de Diana. Criadas, cocineros, mayordomos e incluso la propia Familia Real. Todos están supeditados a ser actores secundarios de mayor o menor peso en el drama de la Princesa de Gales. Así, aunque sabemos la importancia en esta historia de cada palabra y de cada acción que realizan, la propia Reina de Inglaterra o el Príncipe Carlos apenas aparecen en 3 o 4 escenas puntuales. Lo relevante en Spencer es Diana, nada más.

El aparataje formal también es un monumento en sí mismo. Todo en la película acompaña a esa sensación de estar viendo la caída definitiva de un ángel. El guion es astuto, la dirección de Larraín es expositiva y sutil a partes iguales, y las descomunales puesta en escena y banda sonora otorgan un aire de bucólica ensoñación que le sientan como anillo al dedo al relato. Los planos del cineasta están medidos al milímetro, ofreciendo nuevos detalles en cada fotograma con un gusto exquisito. Son además unos planos llenos de poesía y de metáforas sobre el encierro en el que se convierte Spencer. El director juega con todos los recursos de los que dispone (vestuario, atrezzo, juegos de luces y colores…) para representar lo inenarrable con certeza impoluta.

Así, Larraín ha conseguido superarse después de la aclamada Jackie, demostrando en cada escena que una película debe estar pensada al milímetro y que no hay nadie como él para ofrecer este tipo de retratos. Si nadie lo impide en el próximo mes y medio, todo apunta a que Spencer será uno de los grandes filmes del año. Un portento cinematográfico acompañado de una interpretación magistral que generará mucho debate y eleva al director y a la actriz a lo más alto. No se la pierdan en cines el próximo 19 de noviembre.

Gonzalo Franco Ibáñez

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