1939: American actor Don Ameche in front (Photo by American Stock/Getty Images)
Baladas de pájaros cantores y serpientes de Francisco Javier Merino. Ganador de la X edición www.excelencialiteraria.com
Aviso al lector de que este artículo podría suponer un irreversible spoiler, como denominan los ingleses a las molestas revelaciones de los finales de las películas.
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«Son las cosas que más amamos las que nos destruyen». Con esta cita concluye “Balada de pájaros cantores y serpientes”, precuela de la saga de Los Juegos del Hambre que esperábamos desde hacía tanto tiempo. La película nos cuenta la historia de amor frustrado entre Lucy Gray Baird y Coriolanus Snow. Ella es una cantante de la periferia, cuya felicidad y romanticismo evocan a los pájaros cantores (sinsajos en la novela y su adaptación cinematográfica). Snow es un joven igual de bienintencionado que ella, pero que a lo largo de la trama se deja envenenar por la ambición, como si hubiera sido víctima del mordisco de una serpiente venenosa de lentos efectos letales. La precuela de Los Juegos del Hambre es, por tanto, una fábula cuya triste moraleja se resume en la cita que precede a los créditos.
Me fui del cine entristecido. En primer lugar, a cuenta de un final infeliz para un romance en apariencia tan puro. En segundo, aunque acepto que se trata de una historia fantástica e inverosímil, traslada al espectador un mensaje tan real como creíble: nuestra sociedad ha normalizado que el veneno de las serpientes acabe con los “pájaros cantores”. Porque, ¿cuántas veces conocemos historias de amor convertidas en relatos de destrucción? Obviando los relatos más violentos y llamativos que recoge la prensa, el mundo está lleno de parejas que cantan tristes baladas que antes sonaban a felicidad. Se querían, pero ahora se llevan a matar (un “matar” no literal, gracias a Dios, como sí lo es en la película). Por si fuera poco, las nuevas generaciones entienden el amor eterno como un imposible que solo tienen hueco en la ficción.
Hombres y mujeres nos ponemos en primer lugar, junto a nuestras ambiciones, en vez de mirar por el bien del ser amado. Algo parecido ocurre con la familia y la amistad, en las que abundan los amigos y familiares que se traicionan y se abandonan en los momentos que ponen a prueba su altruismo.
Quiero creer que sigue existiendo un amor puro, incorruptible a las tentaciones del egoísmo y la ambición, y sustentado en la confianza mutua. Esa confianza es la que les falta a los protagonistas de la película y a los jóvenes de mi generación. Pero yo sigo creyendo en las baladas de pájaros cantores que se hacen oír en los cielos, allí donde las serpientes no los pueden morder. A fin de cuentas, «son las cosas que más amamos las que nos hacen volar”.
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