‘París es un llanto de mujer’, de Ivonne Vega

¿Te ha pasado que compras un libro sin demasiadas expectativas y de repente te das cuenta de que te tocó una fibra que no sabías que tenías? Eso me pasó con París es un llanto de mujer, de Ivonne Vega. No sé muy bien qué me atrajo al principio —tal vez el título, que ya anticipa algo triste, íntimo, casi musical—, pero lo abrí una tarde cualquiera y terminé leyendo de un tirón, con una mezcla de nudo en la garganta y ganas de subrayarlo todo.
Y es que este libro es eso que a veces buscamos sin saberlo: una historia que no hace ruido, pero que resuena. Una voz que no se impone, pero te habla. Una narradora que recuerda, que se duele, que se pregunta cosas que también podrías haberte preguntado tú.
Leonor, la protagonista, nos lleva por su memoria como quien te invita a mirar un álbum de fotos lleno de historias que no salen en la imagen. No te cuenta lo que pasó sin más. Te lo hace sentir. El libro arranca con un funeral y ya desde ahí entendí que no iba a ser una historia de romance al uso. Era otra cosa. Algo más maduro, más complicado, más real. Una amistad entre mujeres que fue mucho más que amistad. Un amor que no se llamó amor, pero que dolió como tal. Y una pérdida que deja abiertas muchas heridas.
Lo interesante es que no hay grandes giros de trama, ni explosiones narrativas. Todo va ocurriendo en un tono calmo, con una escritura cuidadísima, lírica pero no cargante, como si las frases estuvieran tejidas con delicadeza. Y sin embargo, debajo de esa calma hay una tensión constante. Una pregunta que no deja de latir: ¿qué fue lo que realmente pasó? ¿Qué parte de la historia no se contó? Y ahí es donde este libro se vuelve adictivo, aunque no lo parezca: porque cada escena es una pista, cada recuerdo un trozo de verdad que estaba oculto.
Me encantó cómo la autora retrata las relaciones femeninas sin clichés. No hay rivalidades vacías ni idealizaciones absurdas. Hay afecto, celos, silencios, complicidad, dolor. Leonor y Ana María tienen una historia compleja, ambigua, profunda. Se quisieron, se cuidaron, pero también se hirieron. Y cuando Leonor vuelve sobre esos recuerdos, lo hace con honestidad. No se pone en un pedestal. Se reconoce también como parte del problema, como alguien que no supo ver, que calló, que eligió no incomodar. Y esa forma de contar las cosas me pareció valiente y muy real.
Hay algo en este libro que lo vuelve especialmente actual, aunque esté ambientado en los años sesenta. Porque sí, está el mayo del 68, las consignas políticas, el París de los estudiantes y la revolución, pero eso es solo el contexto. Lo importante es lo humano. Las emociones. Lo que se dice y lo que no. El modo en que una época atraviesa los cuerpos y los vínculos. Cómo incluso las ideas más progresistas pueden esconder relaciones de poder dañinas. Cómo el amor también puede ser una forma de violencia si no hay libertad.
Me hizo pensar mucho en cómo nos relacionamos hoy. En lo fácil que es a veces romantizar lo tóxico. En cómo algunas dinámicas se repiten con otras formas, pero el fondo es el mismo. Porque al final, Ana María es el símbolo de muchas mujeres: brillantes, libres, intensas… que terminan siendo atrapadas por vínculos que las apagan. Y ese «llanto de mujer» no es solo suyo. Es de todas.
También me gustó que el libro no buscara dar lecciones. No hay una moraleja explícita. Lo que hay es una exploración. Una reconstrucción. Una necesidad de decir: «esto fue lo que pasó, o lo que creo que pasó, y ahora puedo nombrarlo». Y eso, para mí, es poderosísimo. Porque no siempre tenemos esa claridad. Porque a veces necesitamos el tiempo, la distancia y —por qué no— la literatura, para poder entender lo que vivimos.
La relación con Cecilia también me pareció muy bien construida. Es un personaje que representa otra forma de sabiduría, más tranquila, más observadora. Es la amiga que te dice las verdades sin herirte, la que te ayuda a ordenar el rompecabezas cuando tú solo ves caos. Y en un libro donde lo emocional está tan presente, tener una figura así equilibra mucho.
Hay escenas preciosas que todavía tengo en la cabeza. La del mar, por ejemplo. O esa carta que Leonor encuentra y que cambia todo. Pero no quiero contar demasiado. Porque este libro se disfruta más si vas descubriendo cada pieza tú mismo. Lo que sí puedo decir es que cuando llegas al final, sentís que algo en vos también se cierra. O se abre. No lo sé. Pero pasa algo.
¿Es un libro triste? Sí. Pero no de esos que te dejan en el suelo. Es un libro triste como lo es mirar una foto de alguien que amaste y ya no está. Como leer una carta vieja y darte cuenta de cuánto creciste desde entonces. Es una tristeza que acompaña, que abriga, que te hace respirar hondo.
En resumen, si estás buscando una historia sencilla pero con fondo, breve pero con peso, escrita con belleza y sensibilidad, este libro es para ti. No importa si viviste el mayo del 68 o si no sabes nada de política. Porque en el fondo, esta historia no va solo de eso. Va de perder, de recordar, de escribir. De nombrar lo que dolió y de poder, al fin, soltarlo.
Y si alguna vez tuviste una amistad que fue algo más, una relación que no supiste definir, un silencio que te pesó durante años… entonces París es un llanto de mujer va a tocarte. Como me tocó a mí.