Relato: ‘El conductor de autobús’ de Mar Graells

El conductor de autobús de Mar Graells. Ganadora de la XXI edición www.excelencialiteraria.com
Miguel bajó corriendo las escaleras; quedaban unos minutos para que llegará el autobús y todavía estaba en casa. Rápidamente agarró el bocadillo que le tendía su madre, a la que soltó un beso en la mejilla sin detener su apresurada carrera, retiró su chaqueta, que estaba colgada en la barandilla, y salió a las calles del pueblo. A toda prisa recorrió la distancia que separaba su portal de la parada. Consiguió llegar justo a tiempo.
—¡Buenos días, Quique! —saludó al conductor.
Tomó asiento en la única plaza que quedaba libre.
Nada más cerrar las puertas, el chófer recibió una llamada. Detuvo el autobús para contestarla. Era doña Pepa, una mujer de edad avanzada que cada día viajaba en el autobús hasta el mercado.
—Señores pasajeros, me temo que doña Pepa llega un poco tarde porque ha tardado en encontrar las llaves –les informó con el teléfono móvil aún pegado a la oreja–. ¿Les molestaría que la esperemos? –preguntó elevando la voz–. No quisiera que llegaran tarde a sus destinos.
Nadie puso reparos, pues doña Pepa era amable con todos. Así que aguardaron hasta que, al cabo de unos minutos, apareció la anciana que, nada más ascender sonrió a Quique y se disculpó ante el pasaje.
El coche se puso otra vez en marcha.
En la siguiente marquesina recogió a unos muchachos, y prosiguió su ruta hasta abrir la puertas frente a la residencia de don Javier, el antiguo boticario, que había cumplido ochenta y seis años.
—Don Javier, su parada –le advirtió Quique observándole por el retrovisor.
—Gracias muchacho –comentó el anciano, que se incorporó lentamente y avanzó a paso inseguro.
Quique abandonó el volante para ayudarle a bajar las escaleras hasta la acera.
Miguel, que admiraba la bondad del conductor, se había enterado de que estaba a punto de cumplir el momento de su jubilación: en una semana haría su último trayecto. Cuando el autobús se detuvo ante el colegio, se acercó al chófer para decirle:
—Voy a filmar un vídeo con el recorrido de su ruta, para que cuando esté en casa pueda recordar cuánto le apreciamos en este pueblo.
El conductor se rio y negó con la cabeza.
–No es necesario; no te molestes –habló con la voz atenazada por la emoción–. Me basta saber que me apreciáis.
Miguel acudió a clase. En el aula, no dejó de darle vueltas a la idea. Apenas le quedaban cuatro días para realizar la película.
El martes siguiente, otra vez Miguel salió a escape de su casa, pero por un motivo distinto: en sus manos llevaba una videocámara. Llegó el autobús, subió, pagó el billete. El transcurso del viaje fue parecido al de todos los días. Sin embargo, antes de que el conductor girara el volante hacia la curva que daba a la plaza sucedió algo inusual: en la parada se encontraba buena parte de los vecinos de la localidad, sosteniendo pancartas con mensajes de agradecimiento a Quique. Doña Pepa portaba un ramo de flores y todos coreaban el nombre del chófer.

Por la tarde, cuando regresó del colegio, Miguel editó el vídeo y lo publicó en las redes sociales para que todo el pueblo pudiera verlo. Por debajo de las imágenes fueron apareciendo comentarios. Uno de ellos, anónimo, señalaba: “Estas imágenes demuestran que en el mundo aún queda mucha gente buena”. Miguel sonrió satisfecho. Había rendido el homenaje que merecía un buen profesional, que durante años hizo que la vida de sus pasajeros fuera más amable.