Carlos Garde
Las cosas sencillas de Carlos Garde. Ganador de la XXI edición www.excelencialiteraria.com
Elevo el tenedor con ansias de probar el primer bocado. Es domingo, así que la comida es especial: pollo empanado con patatas fritas, una de mis combinaciones preferidas. Noto crujir la envoltura de la carne entre mis dientes. La pechuga está caliente y jugosa. El sabor no decepciona: aprecio la deliciosa fritura, que no resta protagonismo a la carne de ave. Pero con todo, le falta algo. Quiero decir… A pesar de su excelencia, no se parece a las que preparaba mi tía para todos los primos cuando éramos pequeños. Sin embargo, en este caso el problema no es el pollo ni la forma de cocinarlo, lo que ha cambiado son mis gustos.
Es lógico que a medida que probamos nuevas cosas (y no solo en el ámbito culinario), algunas de ellas se conviertan en nuestras preferidas, de tal forma que lo que antes nos gustaba más deje de parecernos atractivo, pues precisamos una mayor intensidad para saciar nuestros sentidos. A un niño que alcanza la madurez suficiente para entender la ironía, dejan de parecerle divertidos los chistes con un humor básico. Lo mismo pasa con el intérprete que se acostumbra al piano de cola: ya no puede sentarse a tocar un teclado. Y conmigo, que desde que probé el chuletón de buey he dejado de verle la gracia al pollo empanado.
La mayoría de veces, esta evolución supone un problema, pues es complicado encontrar algo que satisfaga nuestros gustos cuando estos se han sofisticado. Está bien expandir nuestras preferencias cuando ese desarrollo tiene alguna utilidad, por ejemplo, ampliar nuestros horizontes en la lectura es muy positivo, ya que no solo importa el disfrute ante la aventura novelística, sino el conocimiento que obtenemos de otros libros. Otras veces descubriremos la pasión por lo sencillo: yo, que soy forofo de los compositores del romanticismo, no logro disfrutar de la música actual, y es un inconveniente, hasta el punto que hay momentos en los que preferiría no tener esta afición.
La principal finalidad de nuestros pasatiempos es que nos hagan felices, por lo que no debemos forzarnos a afinar nuestra sensibilidad. Un niño con una bandeja de patatas fritas es igual o más feliz que un crítico gastronómico con el plato más exquisito del mejor restaurante del mundo. De igual modo, puede que el joven que por primera vez se sienta a ver La Guerra de las Galaxias, disfrute más que un cinéfilo ante una obra de Tarkovski. Si forzamos nuestros gustos en busca de lo selecto, perdemos sensibilidad por lo sencillo. De algún modo, la vida sería mejor si nos entusiasmáramos por cosas tan descomplicadas como un chiste malo, un paseo al aire libre o un filete de pollo empanado.
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