Entrevista a Ruperto Long por ‘La niña que miraba los trenes partir’

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Por Carmen F. Etreros.

Qué poco sentido tiene estar siempre señalando las diferencias, lo que nos divide, lo que nos enfrenta. Lo que, por lo general, esconde algo de menosprecio hacia “el otro” …

Esta semana hemos tenido la suerte de entrevistar al escritor uruguayo Ruperto Long que nos ha sorprendido con su nueva novela La niña que miraba los trenes partir. Un libro que ha sido publicado en más de 15 países y que lleva más de 50.000 ejemplares vendidos. Una estremecedora novela inspirada en hechos reales que surge de una investigación profunda sobre la época de los años cuarenta del siglo XX en la que confluyeron xenofobias, persecuciones, guerras y migraciones. Cuatro historias de vida como la de Charlotte, una niña belga de ocho años que huye de la Lieja ocupada por los nazis junto a su familia, dejando atrás su casa y su infancia feliz para vivir increíbles peripecias.

P. ¿Cómo nace tu novela La niña que miraba los trenes partir? ¿Cómo te interesas por esta historia basada en hechos reales?

R. Como suele decirse, yo no elegí la historia, sino que la historia me eligió a mí.

La chispa que encendió la llama fue un diálogo casual, en un evento social, con Charlotte, una prestigiosa personalidad de la vida universitaria en Uruguay. Le pregunté, de improviso, por su infancia durante la guerra. Me respondió en unas pocas frases, que me sacudieron de inmediato. Que era belga de Lieja, que tenía 8 años cuando la ocupación nazi, que muy pronto su mundo se derrumbó: no pudo ir más a la escuela, perdió todos sus amigos. Un día su padre recibió una misteriosa citación, que intuyó no sería nada bueno. En un par de días decidió abandonar todo, conseguir papeles falsos y desaparecer. Así pasaron cuatro años escondidos, ella, su hermano y sus padres, huyendo de un lugar a otro. Me quedé impactado, y más aún cuando le pregunté dónde se escondía. Me respondió: en Lyon, por ejemplo, viví un año dentro de un armario. De inmediato comprendí que allí se escondía una historia de vida muy rica, que debía ser contada.

Luego, al hablar con ella -que, al comienzo, por varios meses, se negó a relatar su historia-, al dialogar con otros testigos, y al profundizar en la investigación, comprendí a cabalidad por qué ese tramo de la historia debe ser conocido y no olvidado. Y mi compromiso creció aún más.

P. ¿Cómo te has documentado para esta novela sobre el destino de una niña y su familia durante la II Guerra Mundial?

R. No olvidemos que estamos hablando de una niña que pasa los años de la guerra escondida, viendo el mundo -literalmente- desde una rendija. Para que el relato adquiera toda su dimensión, es necesario complementarlo con una reconstrucción de esa realidad que envolvía a Charlotte.

Por tanto, visité archivos como Yad Vashem en Jerusalem, Memorial de la Shoah en París o la Legión Extranjera en Aubagne. Recorrí la mayoría de los sitios donde transcurrieron los hechos, hablé con muchas personas. Pero eso para mí no es un trabajo tedioso, todo lo contrario. Pienso que la investigación es una de las madres de la imaginación. Uno encuentra informaciones que le iluminan el camino.

P. Detrás de los números de las grandes tragedias, siempre hay historias personales terribles. ¿Cómo has logrado que los personajes vayan construyendo la historia con sus testimonios?

R. Te diría que eso fue una de las cosas que más me atrajo: que se tratara de la historia de personajes como nosotros, contada por ellos mismos. Que el lector se pudiera poner en los zapatos de esos personajes y recorrer con ellos el camino. Sufrir sus peripecias, disfrutar sus pequeñas alegrías, compartir sus emociones.

Hay testimonios tomados de primera mano, como los de Charlotte y Domingo López Delgado. En otros casos fueron recogidos de familiares y allegados, y otros surgieron de la investigación y la documentación. Siempre respeto al máximo la información que obtengo, pero para darle a la historia toda su riqueza, a menudo debo completarla con la imaginación.

P. ¿Qué es lo que te ha resultado más complicado a la hora de escribir esta historia?

R. Encontrar la voz de cada personaje. Se trata de treinta y cuatro personalidades diferentes, cada una con sus acentos y sus muletillas, con su edad, con sus vivencias a cuestas. Algunos aparecen fugazmente, pero otros varios nos acompañan a lo largo de todo el relato. Es muy importante que no sea la voz de Ruperto. Que sea su propia voz. Es un maravilloso y formidable desafío. Nada fácil, por cierto.

P. ¿Cuál era tu objetivo al relatar este episodio olvidado de la historia?

R. Compartir historias de vida, comunicar emociones, despertar sensibilidades.

Luego cada lector reflexionará y llegará a sus propias conclusiones. Y quiero creer que, entre otras, todos coincidiremos en una conclusión esencial, una verdad básica de la vida: ¡qué parecidos somos los seres humanos! Qué poco sentido tiene estar siempre señalando las diferencias, lo que nos divide, lo que nos enfrenta. Lo que, por lo general, esconde algo de menosprecio hacia “el otro”. Y ni que hablar cuando caemos en el desprecio. Así llamó Malraux al nazismo, todavía en sus albores: “el tiempo del desprecio”.  

P. ¿Cuáles son tus planes de futuro como escritor?

R. Luego de esta obra sobre la que estamos conversando, escribí La mujer que volvió del abismo, publicada también por Penguin Random House hace apenas unos meses en Uruguay. Se trata de una novela que transcurre en la Patagonia argentina, en España (Extremadura, Burgos, Andalucía) y en Uruguay. Un ingeniero extremeño, Federico Sánchez de la Reina, parte en busca de lo sucedido a un pariente suyo 500 años atrás, cuando fue abandonado por Magallanes en la bahía de San Julián, en la Patagonia profunda. Y tratando de comprender ese drama de cinco siglos atrás, descubre una realidad del siglo XXI: el tráfico de mujeres para explotación sexual. Con sus luchas por sobrevivir, y los esfuerzos de algunas juezas y fiscales por liberarlas y terminar con las redes de trata.

Un tema bien diferente, como se verá, pero también de profunda sensibilidad social.

Y más temprano que tarde volveré a la Segunda Guerra Mundial y al Holocausto. Siento que debo hacerlo.

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