El armario de Belén Ternero. Ganadora de la XV edición www.excelencialiteraria.com

 

Amelia se acurrucó,con fuertes temblores, en el fondo del armario. La cabeza le daba vueltas. El ruido de los golpes y los gritos le llegaban por las hendiduras de las maderas, sofocando sus jadeos. Escuchó palabras inteligibles desde los pasillos y el crujido de la madera bajo el peso de los desconocidos. Trató de ocultarse tras los abrigos de su padre y las cajas de zapatos, temerosa de que pudieran encontrarla. Sabía que aquello ocurriría tarde o temprano, pero la premonición no la había preparado para la realidad.

El hambre los había desquiciado, logrando que abandonaran su humanidad para ceder a sus instintos más salvajes. Al principio fue un secreto provocado por sucesos sospechosos: desaparecían unos niños en el bosque y, días después,los cazadores volvían con la carne de unos animales desconocidos. También, de uno en uno, los ancianos parecían esfumarse, al tiempo que escaseaba el alimento.

Los cazadores aseguraban que sus botines eran cuestión de suerte, pero aquella mentira ocultaba que en un almacén apartado del pueblo tenían a los últimos niños perdidos junto a los ancianos. Por eso, cuando la comunidad descubrió la verdad, se escandalizó y se rebeló contra los cazadores.

Uno de aquellos hombres explicó que si habían recurrido a estas medidas terribles, era por el bien de todos. Reiteró que el pueblo se estaba muriendo por no tomar las decisiones apropiadas y que ellos, autoproclamados líderes gracias a su fuerza y su astucia, habían recurrido al canibalismo para que los demás superaran esa carga que se les hendiría en la conciencia.Aun tras ese discurso, la mayoría de los vecinos continuaba sin aceptarlo. Pero otros que sí lo hicieron: apoyaron las decisiones que habían tomado aquellos jefes y se les ofrecieron como perros de caza.

Dio comienzo una época de caos, donde los débiles sucumbieron. El mal era cruel y aleatorio, contagiando una tensión perpetua sobre el pueblo.

Amelia supo que ella y su familia se habían convertido en presa. Antes de que los cazadores irrumpieran en el salón, llevándose por delante lo que encontraron en su camino, logró esconderse en el armario del cuarto de sus padres. Con las hojas de la puerta como única protección, aguardaba sentada, como un animal acorralado, la protección del destino.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *