Desde tiempo inmemorial, ha sido temida como el tiempo de ladrones y asesinos, de brujas, fantasmas y demonios. La evolución del nocturno en la pintura es la historia de los esfuerzos por atenuar esos terrores, embelleciendo la oscuridad con una luz tranquilizadora. Por eso el nocturno ha sido tantas veces sinónimo del claro de luna, que transfigura el paisaje con su magia, como en la obra de Van der Neer.
Desde finales del siglo XIX, el nocturno se centró en los nuevos medios de iluminación, el gas y la electricidad. En la fiesta bretona de Puigaudeau, con farolillos y fuegos artificiales, la noche estalla en colores fantásticos. Georgia O’Keeffe nos revela una Nueva York insólita bajo la luz de las farolas. Delvaux combina las luces de la calle y del interior para crear un ambiente onírico.
<miradas cruzadas> 8: Nocturnos Del 24 de marzo al 25 de mayo de 2014 Museo Thyssen‐Bornemisza. Balcón‐mirador de la primera planta, acceso directo desde el hall. Lunes, de 12.00 a 16.00 horas; de martes a viernes y domingos, de 10.00 a 19.00 horas; sábados, de 10.00 a 21.00 horas. Acceso gratuito