Alejandro Palomas: «Vivir es caminar por el cable del funámbulo»
«Soy lo que escribo, no hay trampa ni cartón, si te gusta lo que lees de mí es que te gusto yo».
Por Benito Garrido.
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Alejandro Palomas (Barcelona, 1967) es licenciado en Filología Inglesa y Master in Poetics por el New College de San Francisco. Ha compaginado sus incursiones en el mundo del periodismo con la traducción de importantes autores. Entre otras, ha publicado las novelas El tiempo del corazón, Tanta vida, El secreto de los Hoffman (finalista del Premio de Novela Ciudad de Torrevieja 2008), El alma del mundo (finalista del Premio Primavera 2011), El tiempo que nos une y Agua cerrada. Su obra ha sido llevada al teatro y traducida a ocho lenguas. Una madre, su última novela editada por Siruela, no es solo el retrato de una mujer valiente y entrañable, y de los miembros de su familia que dependen de ella y de su peculiar energía para afrontar sus vidas, sino también un atisbo de lo que la condición humana es capaz de demostrarse y mostrar cuando ahonda en su mejor versión.
Amalia ha logrado a sus 65 años reunir a toda la familia para cenar en Nochevieja. Sabe que va a ser una noche intensa, llena de secretos y mentiras, de mucha risa y de confesiones largo tiempo contenidas que por fin estallan para descubrir lo que queda por vivir. Sabe que es el momento de actuar y no está dispuesta a que nada la aparte de su cometido.
P. Porque en el fondo, se hace inevitable pensar que madre no hay más que una, ¿quizás cuando te planteaste escribir esta novela tú también buscabas que fuese única, especial?
Mentiría si te dijera que no. Siempre busco que mis personajes sean especiales, sobre todo para mí, que me enamoren por activa o por pasiva. Necesito esa intensidad, saber que son personas y no meras excusas para escribir una trama. Cuando llegó Amalia, enseguida la “oí”. Supe que había llegado para quedarse. Y supe también que había llegado para cambiar algo en mí y en mis lectores y lectoras. Que era grande.
P. La familia como eje central de tu novela, con todas sus luces y sus sombras. Pero está claro que la fuerza de la sangre no hace el cariño, ¿o puede que sí?
No lo hace, no, pero sí nos da una paciencia y una manga ancha que en otros círculos más… elegidos es impensable. Yo siempre busco la familia para situar mi creación. Me da un paréntesis en el que valen muchas cosas que de otro modo tendría que explicar demasiado. La familia ahorra justificaciones. Hay perdones, hay complicidades, hay odios y risas que no se dan en ninguna otra parte y que para un creador son de un valor incalculable.
P. Amalia, como la madre que vela por todos los hijos, por la familia en general, es un personaje simplemente maravilloso. ¿Toda una madre coraje como las de antes? ¿Qué más destacarías de ella?
Creo que es una vuelta de tuerca a la madre coraje. Yo tuve ya ese perfil de madre en la Mencía de El tiempo que nos une, un personaje tan grande como Amalia, pero más duro, también mayor, más el perfil de matriarca-abuela que el de madre-madre. Amalia es una montaña rusa de risas, emoción, alivio… y es grande porque ella se lee pequeña, somos nosotros los que la vemos así. Es una mujer enorme porque cuando abraza, abarca todo de la persona a la que abraza: sus miedos, sus recuerdos, sus silencios… y sobre todo es grande porque nunca juzga. Es el refugio en el que cualquier lector o lectora agradece reposar.
P. Hay personas en el mundo que reciben más bofetadas que alegrías, pero aún así siempre sacan energía para seguir luchando. ¿Quizá el optimismo y la fuerza residen en el simple hecho de vivir?
Vivir es una experiencia extraña, tan extraña como adictiva. Y la experiencia me dice que los más vitales –y yo, en este momento de mi vida, por fin me incluyo en ese grupo- lo somos porque hemos tenido a la muerte muy cerca, la hemos sentido al lado, la hemos compartido. Vivir es caminar por el cable del funámbulo y de repente entender que el verdadero vacío está arriba, que si vivimos con los ojos puestos en un cable, la vida y la muerte son lo mismo.
P. Nochevieja, final de año, nuevos deseos… ¿nueva vida? ¿Siempre hay un momento para afrontar nuevos retos?
Siempre hay un momento para lo nuevo porque la vida es eso, renovar, recrear, rehacer… respirar. Lo demás es intentar que no pase nada, creyendo que si no pasa nada, no llegará lo malo. No es así. Si no pasa nada, no llega nada y pasa el tiempo. La vida es jugar, ganar o perder, pero jugar, porque cuando se acerca el final, la elección no es tan fácil.
P. ¿Cuánto pueden llegar a pesar la educación y las tradiciones en personas como la madre de tu novela?
No sabría decirte. Amalia, la madre de mi novela, se encuentra de pronto a los 60 años divorciada de un hombre al que no ha querido y con el 100% de su vida en sus propias manos, y en ese momento no hay tradición que valga para ella. De un día para otro es una niña delante del escaparate de una tienda de caramelos, sin voces que la adviertan del peligro del exceso de azúcar. Es libre, Amalia es una mujer libre que, desde esa libertad, opta por dejar de juzgar (de juzgarse) y empezar a jugar. Y le sale bien. Le gusta. Disfruta jugando y haciendo jugar a los que la rodean. Y contra eso, contra esa capacidad de jugar, no hay educación que pese.
P. Novela de ambiente teatral, humor y diálogos muy cercanos. ¿Es la vena dramática que como autor pugna por salir en ti?
Indudablemente. Yo escribo siempre “viendo”, pensando en un escenario o en una pantalla, por eso tantas veces me equivoco cuando hablo de los lectores o lectoras y utilizo sin darme cuenta la palabra “público”. Mis capítulos son escenas, secuencias, planos… llevo la cámara al hombro y miro de cerca para que no se me escape nada, para que mis personajes no puedan mentir. Es un trabajo fascinante este. Es escribir dirigiendo, filmar a escondidas.
P. No puedo evitar preguntarlo: ¿se parece mucho esta madre a la tuya? ¿Cuánto de personal hay en este libro?
Todas mis novelas son muy personales y todos mis personajes son arquetipos que conozco muy bien. Hay en Amalia algo de mi madre, por supuesto. La columna vertebral de ambas es muy semejante y el color de lo que dicen, la intención, el humor… tienen rasgos comunes, pero mentiría si dijera que Amalia es el retrato de mi madre.
P. Con los años uno va creciendo y se aferra más que nunca a las relaciones humanas como tabla de salvación, ¿a nivel literario también?
No hay nada que me provoque más curiosidad que las relaciones humanas: lo blanco y lo negro de lo que somos, cómo nos compartimos y como no nos mostramos. A nivel literario, en mi caso, mi interés es el mismo, porque yo soy lo que escribo, no hay trampa ni cartón, si te gusta lo que lees de mí es que te gusto yo, y al contrario. Y con los años he entendido que somos el cúmulo de todas nuestras relaciones, el filtro que las vertebra. Somos todos y todas los que nos han visto y a los que hemos dicho adiós en el camino.
P. Sigues, como en anteriores novelas, apostando por la espontaneidad y la emoción a la hora de escribir.
Siempre. Escribo como respiro. Nunca sé lo que escribiré el día siguiente. Desconozco qué hay más allá y eso me da la vida y también la escritura. Soy uno de esos escritores orgánicos que huyen de los andamios porque si hay andamio no soy capaz de encontrarle emoción a mi viaje. El riesgo me hace fuerte y esa fortaleza me vuelve temerario. Y desde esa temeridad creo. A veces aterrado, otras tan entusiasmado que la vida parece nada.
P. Alejandro ¿qué será lo siguiente? ¿novela, teatro…?
Todo. Lo siguiente es todo, porque lo siguiente es estar vivo, y para mí estar vivo es crear y saber que lo que creo llega bien, que se me lee bien, que la emoción que transmito logra cosas, mueve cosas, da color. Habrá poemario en otoño, sí, y el teatro en 2015, además de un nuevo proyecto de ficción y, si todo sale bien, la gran pantalla. Pero lo importante –y realmente lo siento así- es poder estar aquí ahora y proyectar lo venidero desde esta novela que para mí marca un largo antes y un gran después.
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