Hadas

De Desiree Arocas, 17 años. Ganadora de la VII edición www.excelencialiteraria.com.

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Los niños inventan historias y crean en su imaginación mundos que a los adultos nos parecen irreales, pero que en ocasiones no lo son tanto. Esta es la historia de una mujer que pensaba que su hija tenía mucha imaginación, hasta que la pequeña logró hacerla creer en lo imposible…

Una mañana Sara correteaba por el jardín. Como extrovertida que era, saludaba  con alegría a todos los que paseaban junto a su verja. Su madre la observaba desde la cocina; solía hacerlo con frecuencia. Vio que Sara cogía algo con la mano y lo escondía. Cuando la niña entró en la casa para cenar, le preguntó qué era lo que llevaba en la mano. Sara se quedó durante unos segundos mirándola y respondió con un tono muy seguro que se trataba de un hada. Su madre empezó a reír, pero Sara, enfadada al ver que no la creía, se marchó a su habitación.

Cada día su madre le preguntaba por el hada, si había dormido bien, qué tipo de comidas tomaba…, con el propósito de sacudir la imaginación de su hija, pero también intentando conseguir que le viviese en la realidad. Sara le respondía siempre lo mismo: que las hadas solo comían néctar de las flores, que dormía en una pequeña cama que le había hecho con algodón dentro de una caja de cerillas y que le gustaba estar con ella porque contaba historias que nadie conocía.

Su madre acabó por pedirle que se la enseñara y le explicara los poderes de aquel ser diminuto. Sara la condujo a su habitación con una determinación pasmosa. Le pidió que tomara asiento en la cama y sacó del interior de un cofre una pequeña caja de color azul, en la que había algodón y un trocito de tela blanca. Su madre la miró extrañada, ya que la caja estaba vacía. Al pedirle explicaciones, Sara le dijo que las hadas solo pueden ser vistas por aquellas personas que creen en ellas y que como ella no creía, nunca iba a poder verla. También le explicó que las hadas tienen la capacidad de cumplir deseos y de realizar cosas mágicas. La madre se encogió de hombros y salió de la habitación. La niña, defraudada, bajó a cenar con la secreta esperanza de que ocurriese algo que le hiciese a su madre tener fe en las hadas.

A la mañana siguiente, su madre la llamó para que bajara a desayunar, pero Sara no le respondió. Insistió hasta que, cansada de vocear su nombre, subió a buscarla. Pero su hija no estaba. Alarmada, empezó a buscarla por toda la casa y por el jardín, pero no aparecía. Entonces decidió llamar a la policía, que pronto se presentó en la casa.

Su madre no paraba de llorar. No había rastro de la niña ni en la casa ni por el barrio. A aquellas horas, no parecía probable que se hubiese ido sola. La buscaron durante todo el día. Cayó la noche y seguía sin aparecer. Entonces, como movida por una llamada secreta, la mujer sintió la necesidad de subir al cuarto de la niña y abrir la caja del hada.

Aunque estaba vacía, pensó que solo una fuerza sobrenatural podría devolverle a su hija. De este modo, se esforzó en creer que el hada existía, con tanta pasión que, de pronto, un ser diminuto y luminoso apareció y desplegó sus pequeñas alas y se quedó contemplando a la mujer.

Desiree Arocas
Desiree Arocas

Rompió a sollozar y a suplicarle que le dijese dónde estaba Sara. El hada se apiadó de ella: se introdujo dentro del bolsillo de su camisa y empezó a guiarla hacia el jardín. Allí le indicó un árbol, en el que se abrió una especie de boca en la que, en su interior, la pequeña dormía oculta por unas hojas.

La despertó con dulzura y después la subió en brazos a su cama.

Cuando al amanecer se sentaron a tomar el desayuno, su madre le explicó que había visto al hada y que ésta la había guiado al árbol. Sara, sorprendida, se quedó mirándola antes de decirle que cómo podía inventarse semejante historia, porque las hadas no existen.

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