Relato: ‘Entre el cielo y la tierra’ de Marta Osuna
Por Marta Osuna / Ganadora IX edición de Excelencia Literaria www.excelencialiteraria.com
Se sentó en el borde del pretil y balanceó las piernas. Le gustaba aquella sensación de libertad. Una ráfaga de aire frío le golpeó la cara: era una perfecta noche de invierno.
En cualquier otro lugar se rascaría la cabeza pensando qué diría al volver, cómo disculparse… pero allí no podía permitirse pensar; solo necesitaba unos segundos para recomponerse.
-¡Alejandro!- una chica corrió hacia él.
Cuando llegó, resopló y se apoyó en sus piernas, hasta que recuperó el aliento. Tenía los ojos hinchados.
– Pero, ¿qué estás haciendo aquí? –le preguntó asustado mientras se ponía en pie-. Vuelve a casa.
Ella le abrazó por la cintura, apretándolo con fuerza. Aunque no se llevaban muchos años y en los últimos meses la niña había crecido de manera considerable, siempre sería su hermana pequeña. Y Alejandro el hombre de la casa, además de su hermano mayor.
-La tía está muy preocupada; no te marches.
Alejandro compuso una mueca de reproche y le agarró por los brazos para encararse con ella.
-No digas tonterías. ¡Por supuesto que no me marcho! ¿De verdad creías que lo decía en serio?… Soy solo un estúpido adolescente que dice tonterías a todas horas. Además, no pensarías que te iba a dejar –sonrió, tratando de calmarla.
Su hermana se sorbió la nariz.
-Y, ahora –continuó Alejandro-, ¿se puede saber cómo diablos me has encontrado?
Ella se rio.
-Cuando éramos pequeños veníamos hasta aquí en bicicleta con aquel señor tan amable. A ti te encantaba este lugar. Decías que si alguna vez te hartabas de todo, vendrías aquí -hizo una pausa-. Minutos después de que te fueras, me acordé.
-Bueno, digamos que este es mi sitio secreto. En cualquier caso, me asombra que te acuerdes de aquello.
-Tengo muy buena memoria –pareció disculparse-; no olvido nada.
Se sentaron.
Alejandro la rodeó con el brazo para protegerla del frío. Ambos dirigieron la vista hacia la ciudad. Desde la montaña se veía como una aglomeración de puntos amarillos, rojos y naranjas bajo el manto negro.
-¿Sabes por qué me refugio aquí de vez en cuando?
Ella hizo un gesto de negación con la cabeza.
-¿Ves allí abajo? -señaló la ciudad-. Ahí he dejado todo lo que me preocupa, como los exámenes y otros problemillas en los que se mete tu hermano mayor.
-¿Te refieres a las peleas?
El muchacho carraspeó.
-El caso es que todos necesitamos algún lugar donde olvidarnos por un momento del mundo. Para mí, es éste.
-¿Y qué haces aquí para olvidar las cosas malas?
-Eso es lo mejor… -se rio, y sin dejar de sostenerla se tiró de espaldas al suelo de hierbajos y tierra. Una vez tumbados, señaló el cielo-. Aquí arriba apenas hay contaminación y se ve un cielo magnífico –se quedó en silencio-. Todo un universo cuelga allí arriba, tan inmenso, tan en paz…
-No te entiendo –le confesó-, pero me encanta. ¡Qué de estrellas!… ¿Te sabes el nombre de las constelaciones?
Permanecieron tumbados un buen rato, observando las salpicaduras de luceros. Eran dos hermanos que se habían fugado del mundo. Eran dos hermanos encarcelados entre la majestad del cielo y las preocupaciones de la Tierra.