Rosa Navarro - primer pla 3

«Siempre he recomendado, como remedio a la melancolía, abrir el Quijote por algún capítulo de risa asegurada (por ejemplo, el XVI de la primera parte), y a los cinco minutos se logra barrer la tristeza como niebla al viento».

Por Carmen Fernández Etreros.

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Este fin de semana contesta nuestras 12 preguntas TOP Rosa Navarro Durán, catedrática de Literatura española de la Edad de Oro de la Universidad de Barcelona. Entre sus ediciones de texto destacan la del anónimo Libro de suertes, los dos diálogos de Alfonso de Valdés o las Novelas ejemplares de Miguel de Cervantes. Es autora de La mirada al texto, ¿ Por qué hay que leer los clásicos?, Cómo leer un poema y de numerosos artículos sobre problemas textuales, tópicos y comentarios de textos de la Edad de Oro y contemporáneos.  

Rosa Navarro ha intentado acercar los clásicos a los pequeños lectores en la Colección Clásicos contados a los niños de la editorial Edebé en libros como El Quijote contado a los niños, La Odisea contada a los niños… Sus últimos libros son La vida y poesía de Federico García Lorca con ilustraciones de Jordi Vila Delclòs  y Cien palabras. Pequeño diccionario de autoridades, con ilustraciones de Noemí Villamuza, para que los niños descubran estas 100 palabras y las hagan volar en sus conversaciones y sus sueños.

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1. De niña querías ser…

De niña quería ser profesora, y por eso lo soy. Aunque confieso que tal vez me lo haya inventado, porque suelo construir mis recuerdos desde mi presente para convertirlo siempre en lo deseado, en lo perseguido. Solo alcanzando la meta ansiada se puede ver con gozo el espectáculo de la vida y al mismo tiempo respirar con gusto el instante. De ahí mi receta: invéntese un pasado que convenga a su presente. También es cierto que debí querer ser escritora porque a los trece años escribí mi primera y última novela. La conservo: está escrita con letra ilegible (la mejoré luego muchísimo), y el texto es incomestible. Eso pude comprobarlo yo misma tras haber dado fin a la “gran obra”: me dormí al tercer capítulo y decidí, sabiamente, que ese no era mi camino. Luego escribí muchos libros (llevo 66 filológicos, entre ediciones y ensayos), y ya en este siglo me metí en ese espacio maravilloso que son las adaptaciones de clásicos; pero nunca volví a caer en la tentación de inventar mundos de ficción. Creo además que soy la única persona en este país que no ha escrito nunca un solo verso, aunque reconozco que una vez me pidieron una antología de los míos, ¡les dije que era un libro en blanco!

2. Escribir, ¿por qué?

Por pura necesidad de vida. Cuando me levanto y, tras desayunar y entonarme con el café y un poco de chocolate (mi vicio y mi remedio para todo), me pongo a escribir un rato, salgo de casa totalmente renovada. Si estoy en la etapa de lectura y recopilación de materiales, me entra una desazón que reconozco enseguida: ¡no puedo escribir aún!

3. Escribir, ¿para quién?

Yo tengo dos públicos: el de los aprendices a filólogos o los propios filólogos, y para ellos estuve escribiendo en exclusiva el siglo pasado. Pero en este, he logrado tener otro público, y este es único, maravilloso: son los niños y los jóvenes. Mi segunda vida –la de adaptadora de clásicos, y  narradora de la vida y obra de algunos de estos escritores para los niños– me está dando las mayores alegrías de mi vida. Empezaba ya a dudar de que mi esfuerzo, mis estudios, mis análisis de textos sirvieran para nada, porque no puedo decir que haya tenido demasiado éxito en ese campo (y soy optimista en la formulación de lo sucedido), cuando de pronto, gracias al centenario del Quijote, en 2005, Reina Duarte, la editora de Edebé, me propuso escribir para los niños la genial creación de Cervantes y me abrió un nuevo camino que me ha proporcionado experiencias inolvidables. Volviendo, pues, a la pregunta: no es que escriba siempre para todo el mundo, sino que escribo a veces para los niños y los adolescente, y a veces para los filólogos; pero junto a los niños pueden ponerse a leer mis libros todos los lectores que no hayan leído a los clásicos y quieran hacerlo de una manera sencilla pero absolutamente fiel a sus textos. Y junto a los filólogos…, bueno, pueden ponerse a leer esos ensayos aquellas personas aficionadas a la filología, o los avanzados lectores de los clásicos de la Edad de Oro.

coberta garcia lorca.indd4. Una manía para comenzar a escribir.

Un día que fui a ver a su casa a Francisco Ayala, al que quería yo mucho, le pregunté dónde se sentaba él, dónde estaba su querencia –para usar un término taurino–, y me dijo que no tenía ningún lugar preferido, que el exilio le obligó a acomodarse a cualquier sitio. Aprendí de sus palabras, y desde entonces procuro que ni la costumbre ni las manías me tiranicen.

5. ¿Cuál es “tu novela de cabecera”?

Son dos: el Lazarillo y el Quijote. Siempre he recomendado, como remedio a la melancolía, abrir el Quijote por algún capítulo de risa asegurada (por ejemplo, el XVI de la primera parte), y a los cinco minutos se logra barrer la tristeza como niebla al viento. El Lazarillo es mi “tema”; desde que en 2002 me di cuenta de que el párrafo final del prólogo estaba en lugar inadecuado porque era en realidad el comienzo de la obra, empecé una investigación que sigue abierta y que ha llenado horas y horas de mi vida, con apasionantes descubrimientos, pero también con durísimos rayos de fraguas coléricas (se lo tomo prestado a Miguel Hernández) de algunos críticos.  Cuando arrecian estos, abro el capítulo seguro del Quijote; y al salir de él, sigo investigando.

6. ¿Qué libro no has leído ni piensas leer nunca?

No he leído muchísimos libros porque la vida es breve y no da para todo; como decía Ovidio, no todos lo podemos todo. Me resulta ya más difícil pensar en no querer leer un libro como punto de partida, como decisión previa;  muchas veces he abierto libros que he abandonado enseguida porque sentía que perdía el tiempo: ni me decían nada ni gozaba con su escritura. Pongamos que no pienso leer los libros basura (y así contesto sin comprometerme a nada).

7. ¿Lees las críticas o pasas olímpicamente?

Siempre leo las críticas, pero cuando veo que caen en el insulto, en la descalificación sin argumentos, dejo de hacerlo porque no quiero que llenen mi vida de cardos y de penas sin más, sin razonamiento alguno.

8. ¿De qué acontecimiento histórico no escribirías nunca?

Como soy especialista en literatura de la Edad de Oro o adaptadora de clásicos (y no de contemporáneos, salvo alguna excepción), no tengo problema para decir que nunca escribiría sobre guerras contemporáneas. Sí, sobre la de Troya porque nos ha llegado ya convertida en leyenda; pero no, sobre las espantosas del siglo XX, ni sobre el terrible tajo de nuestra guerra civil, ni tampoco sobre ese infierno terrorífico que superó todo los horrores imaginables que fue el nazismo.

9. ¿Qué es lo más bonito que te ha dicho un lector?

Hace un par de años, firmaba mi Lazarillo contado a los niños en un colegio, y un niño me dijo:

–  Rosa, ¿te puedo hacer una pregunta?

–   Claro – le contesté.

–   ¿Cuál es el golpe más fuerte que recibió el Lazarillo?

–   El garrotazo del clérigo, porque estuvo tres días inconsciente.

El niño –yo estaba sentada y no me llegaba al hombro– se quedó un instante pensativo y luego replicó:

–   ¿Y qué me dices del jarrazo que le dio el ciego?

–   Tienes razón, ¡le debió de doler muchísimo!

¡Nunca olvidaré la sonrisa del niño victorioso! Es lo mejor que nunca me han “dicho”, porque para ese niño Lázaro de Tormes era alguien tan cercano como para mí. Se había metido en el libro y lo había hecho suyo. Eso es lo que pretendo abriendo las páginas de los clásicos –uno de los pilares de nuestra cultura– a los niños, a todo el mundo.

 10. Confiesas que tú también lees blogs…

No lo “confieso”, sino que lo digo, porque no hay culpa en hacerlo. Bien es cierto que solo leo los blogs de los amigos (por ejemplo “Café Arcadia” de José Luis García Martín) para hablar luego con ellos. Y mis límites están impuestos por el tiempo: el día es breve y no me da para más.

Cien Palabras11. Redes sociales, ¿sí o no?

Estoy en Facebook, pero solo para que me localicen mis antiguos alumnos (llevo ya 45 años en la enseñanza) o las personas que quieran hablar conmigo. No cuelgo ropa en ese patio de vecinos ni entro para ver la de los demás; es un medio de comunicación, no un fin; pero es utilísimo.

12. Si no fueras escritor, ¿qué te hubiese gustado ser?

Más que escritora a secas, soy una profesora (o maestra, como a mí me gusta decir) que escribe. Siempre he dicho que me hubiera gustado ser actriz, y he procurado aprender de los actores el arte de comunicarse con el público. Cuando me aplauden con ganas alguna charla que doy, pienso que se lo debo a ellos, ¡a los comediantes! Pero sé muy bien que hubiera tenido que nacer con otras cualidades, porque soy incapaz de reproducir con exactitud un largo parlamento, ¡y la memoria exacta es bagaje indispensable para un actor! Cuando lo descubrí, me di cuenta de que para compensar este fallo, el cerebro había desarrollado otra cualidad: ser capaz de relacionar cosas, hechos, textos,  a partir de muy leves coincidencias, y me ha ayudado muchísimo en mis investigaciones. También es cierto que, cuando voy por la calle, siempre creo reconocer amigos en caras desconocidas porque comparten mínimos rasgos; pero como lo sé, no me precipito. Hay que conocer los propios defectos –o cualidades– para poder sobrellevarlos.

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