Entrevista a Miguel Ángel de Uña, autor de ‘Una ventana del castillo de Praga’, XII Premio Aldaba

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Miguel-Angel-de-Una_altaEsta semana hablamos con Miguel Ángel de Uña, autor de Una ventana del castillo de Praga, ganador del XII Premio Aldaba que acaba de publicar la editorial Edaf. Un original y personal recorrido por la historia de los Austrias de Oriente en los tiempos que precedieron a la Guerra de los Treinta Años. El autor nos hace viajar a una época medular de la Historia europea, de su expansión imperial, de la primera globalización en la que los europeos (y los hispanos en particular) tienen un protagonismo estelar.

Miguel Ángel de Uña, psiquiatra de profesión, mezcla con sabiduría datos objetivos y el estudio de la personalidad de los protagonistas e invita a los lectores a un recorrido por los lugares y las personas más importantes de ese tiempo. «Aunque está desvalorizado —dice—, el estudio ‘psicológico’ de los personajes como determinantes de los procesos históricos para mí sigue teniendo una importancia crucial en el devenir de la historia.»

P ¿Qué vemos si nos asomamos a esa ventana del castillo de Praga?

R. Vemos una ciudad maravillosa, desvirtuada por el «disneyland barroco» del turismo de masas, no muy diferente de la que pudieron ver defenestrados y defenestradores aquel fatídico día de mayo de 1618. Es difícil que hoy en día tan amable panorama nos lleve a aquel momento, un momento que es una de las bisagras históricas de Europa y marcó el inicio del «Siglo de hierro».

P. La Europa finisecular del XVI… ¿Qué te atrae de esa época?

R, Es la época medular de la Historia europea, de su expansión imperial, de la primera globalización en la que los europeos (y los hispanos en particular) tienen un protagonismo estelar. La época de la conformación de los estados que jugarán su papel histórico hasta el siglo XIX y de la que todavía somos herederos. Desde el punto de vista cultural es un momento de ruptura, del inicio del movimiento científico, adobado por una credulidad acientífica llamativa, el caso de Kepler es paradigmático. Un tiempo de fundamentalismos religiosos que están en la base del conflicto, pero también de una gran liquidez en lo social y en lo personal, lo que hace fascinante las biografías de muchos de los protagonistas de la época. ¿Por qué no? El paso de la racionalidad renacentista al desboco barroco durante prácticamente dos siglos.

P. Un tiempo difícil en el que los dirigentes no estuvieron a la altura.

R. El conflicto se gesta en el largo período —para la época— de Rodolfo II, que era un desequilibrado, muy posiblemente un maníaco-depresivo y al final neurosifilítico, al mando de una nave, el Imperio Romano Germánico, que exigía manos muy diestras para manejarse en aquella tormenta que se gestaba.

Su hermano Matías I era un mediocre incapaz de enmendar el rumbo. Felipe II en sus últimos años tampoco supo acertar en sus decisiones sobre la «revuelta» holandesa o la relación con la Inglaterra de Isabel I y la Francia guerracivilista de Enrique IV. Luego hay todo un rosario de personajes menores, pero de gran trascendencia, aventureros, líderes «tóxicos», ingenuos peligrosos, incapaces, psicópatas… entre los que se incluyen Carlos Manuel de Saboya, el conde Thrun, Anhalt, Federico V (Elector Palatino(, todos los vesánicos Bathory, Leopoldo (obispo de Passau), Wallenstein… que llevan obligadamente a la totalidad de Europa a la confrontación. Sin olvidar a los «halcones» holandeses e hispanos que hicieron lo posible por torpedear la Tregua de los doce años, haciendo de un conflicto local una confrontación global.

P. La de los Treinta Años fue la primera guerra verdaderamente mundial…

R. Es evidente que fue la primera guerra mundial en sentido estricto, aunque como es lógico lo fundamental se ventila en suelo europeo. Cambia de forma muy clara la «hegemonía», que pasa de la familia Austria, a la Francia de Luis XIV, con permiso digamos de potencias «emergentes» como Suecia, Reino Unido (que comienza a serlo).

Se afirman los criterios «nacionales» como estructuras complejas, políticas e ideológicas que determina en fin de los «estados compuestos» que eran la norma en la Europa previa a la guerra.

Se pasa de forma definitiva hasta la Revolución francesa de una sociedad estamental deudora todavía del medioevo, a regímenes absolutistas en prácticamente la totalidad de Europa.

Se afirma el monolitismo religioso en cada uno de los estados, con escasas excepciones y la religión deja de ser un factor fundamental para explicar —o justificar— la continuidad de la confrontación que vivió Europa durante todo el Siglo XVII y buena parte del XVIII. Y aunque parezca mentira, es un momento de afirmación del método científico que dará lugar a la Ilustración. El primer salón «ilustrado», el de la Rambouillet, nace en París en 1621.

P. ¿Alguna similitud con el tiempo que nos ha tocado vivir?

R. Demasiadas. La Paz o el Tratado de Augsburgo se ven como un «final de la historia» que termina con la confrontación religiosa en Alemania. Sólo 60 años más tarde se produce una conflagración que deja pequeños los Mülhberg o los Innsbruck de la época precedente. Un conflicto local, se generaliza porque todos los vectores que actúan en ese momento se han preparado para ello y por tanto lo ven como inevitable. Los parecidos con la dinámica que llevó a la I Guerra Mundial es inquietante, con su conformación de bloques —la Entente y la Tríplice—, su carrera armamentística, sus tanteos en los Balcanes, en las colonias, la política de cañoneras… la pobreza mental de Guillermo II y de Nicolás II, la vetustez de Francisco José, la escasa capacidad de los mandatarios democráticos de Inglaterra y Francia… La alegría con la que las masas despiden a los ejércitos que se dejarán los huesos en el Marne o en Verdún, no es diferente a la festiva despedida de Federico V de Heildeberg, o la satisfacción nada oculta de los halcones hispanos u holandeses ante la situación que crea la defenestración… Tras la caída del Muro vivimos otra situación similar de «fin de la historia», de cambio radical de la hegemonía, pero bastaron muy pocos años para los Balcanes, las antiguas repúblicas soviéticas, hoy todavía la zona este de Ucrania, hayan hecho del nacionalismo un nuevo motor de confrontación difícilmente evaluable su importancia en el futuro. Y si consideramos la importancia para el presente del fundamentalismo islámico, vemos que lo que sacudió a Europa en el siglo XVII no es muy diferente a lo que sucede hoy en día.

P. ¿Aprendimos algo de esa catástrofe?

R, No demasiado. Las paces de 1648 y de los Pirineos fueron un ínterin entre los enfrentamientos que siguieron sacudiendo a Europa y sus colonias en los duros siglos XVII y XVIII y que de forma más sincopada nos han traído hasta los dos grandes conflictos mundiales del siglo XX. Hay un hilo conductor que lleva desde «aquellos polvos…». Pero al menos sí se advierte el nacimiento de una conciencia antibelicista por parte de la cada vez más influyente «intelectualidad». La brutalidad de la Guerra de los Treinta Años fue tal, que al menos ofertó el nacimiento de una conciencia antibélica que no ha dejado de crecer hasta nuestros días.

P. Si tuvieras que quedarte con un personaje, o con un episodio, definitorio de aquel tiempo ¿cuál sería?

R. El personaje de la época es para mí Rodolfo II.  ¿Listo, tonto, loco, cuerdo, engañado, utilizado? Todo a la vez, como digo en el peor lugar y en el peor momento.

Percibe con corrección los errores de su tío Felipe II en Flandes, pero no es capaz de poner un mínimo de orden en el Imperio que le toca regir, ni siquiera en sus estados patrimoniales. Advierte bien que el destino manifiesto del Imperio Germánico es derrotar a los turcos y volver a reconquistar los Balcanes, pero solo sabe hacerlo desde la propaganda. Se enreda en paranoias con sus hermanos que le hacen adoptar decisiones comprometidas con personajes muy limitados, lo que le lleva al fracaso absoluto.

Pero su colección de arte, de curiosidades, «lava» todos sus pecados, así como su protección a Brahe o a Kepler enmienda su credulidad infantiloide en alquimistas y magos. Y una situación, por encima del dramatismo tragicómico de la propia defenestración, la conformación de las Ligas Evangélica y Católica, como determinación de un camino irrenunciable hacia el conflicto.

P. ¿Cómo estudias a los personajes? ¿Como historiador o como psiquiatra?

R. Aunque está muy desvalorizado, el estudio «psicológico» de los personajes como determinante de los procesos históricos para mí sigue teniendo una importancia crucial en el devenir de la historia, más allá de lo anecdótico. Creo que si Rodolfo II hubiera tenido el genio político de su abuelo Fernando I o de su padre Maximiliano II, la historia hubiera sido diferente, aun manteniendo la dinámica «obligada» del tránsito de un régimen estamental a uno absolutista, por poner un ejemplo. Desde esa perspectiva, la patología mental de los personajes, Rodolfo II, Felipe II, Calvino o cualquiera de los Bathory se me antoja no solo atractivo para un psiquiatra, sino determinante de su quehacer político, sin posible disociación de sus papeles y con importantes repercusiones sobre sus acciones y sus consecuencias.

P. Eres nuevo en estas lides editoriales, ¿por qué querías publicar un libro?

R. Agradezco al jurado del Premio Algaba que me hayan dado la «alternativa» a mis años. Un proyecto nacido desde el interés profesional por Rodolfo II me llevó al intrincado conjunto de asociaciones que hoy permite la red, y a la lectura compulsiva de todo lo que caía en mis manos sobre la época. Una vez que uno pasa de las 100 hojas, y que les encuentra sentido, no queda mas remedio que intentar publicar un libro, aunque solo sea para que tu familia, tus amigos, tus conocidos, sepan que hay otros intereses que los estrictamente profesionales en tu vida. La extensión a otros ámbitos, ver «tu libro» en los anaqueles de muchas librerías no entraba en mis cálculos.

Maquetación 1P. ¿Por qué te presentaste al Premio Algaba?

R. Primero porque los libros de esa colección son editados de una forma muy atractiva para quienes formamos (¿por cuánto tiempo?) parte de la «galaxia Gutenberg» y la visión y el tacto se convierten en un valor añadido para un libro. Segundo, porque vi que una parte significativa de sus títulos se centraba en la época que yo trataba. Y tercero, porque era la única forma de terminar el proyecto y no seguir «arborizándome» hasta el infinito.

P. ¿Qué supone haberlo ganado?

R. Es contradictorio. Por una parte una satisfacción narcisista difícil de ocultar. Por otra, miedo a la exposición pública. El libro llevaba en su título una coda, «un recorrido personal», lo cual habla de mi alejamiento de los márgenes «académicos», para recalcar el disfrute que me ha supuesto el en enlazamiento de temas, el paso del acontecer histórico al psicopatológico, al antropológico, al artístico. Me quedo sobre todo con eso: la gestación del libro ha sido un recorrido personal hecho con una gran satisfacción, que además ha tenido un reconocimiento que lo dará a conocer a personas extrañas para mí. Me daría por satisfecho si esas personas sintieran la curiosidad que yo he sentido y leyeran a Leo Perutz, a Andrés Ramón, recuperaran a Zweig, Oppl, Golo Mann… y que cuando vayan o vuelvan a Praga, la vean con otros ojos, y extiendan su horizonte a las huellas «españolas» que jalonan Bohemia.

P. ¿Qué esperas que suceda cuando el libro llegue a las librerías? 

R. Solo pido clemencia. No es el libro de un historiador profesional, por lo tanto habrá errores, falta de bibliografía, asociaciones que se antojen frívolas… Es un libro de divulgación que no pretende descubrir nada, solo hacer transitable el paso por una época tan compleja, tan intrincada. Pero como he dicho

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