De David Fuente. Ganador de la III edición de www.excelencialiteraria.com.
Me contó mi compañero Felipe la anécdota de un doctor en Antropología, experto en ritos mortuorios, profesor suyo durante la carrera, que había viajado a un lugar de México para investigar ciertas prácticas habituales en el día de los Difuntos.
Este lugar es Pomuch, en el Estado de Campeche. Allí, a principios de noviembre, tienen por costumbre desenterrar a los familiares que han fallecido hace más de tres años, para limpiar sus huesos. Después colocan telas bordadas en una urna, en la que depositan los restos, dejando el cráneo a la vista. Los mayores de la familia se encargan de bordar las telas blancas con flores coloridas, así como de limpiar los huesos mientras rememoran la vida del difunto y se la narran a los jóvenes.
El doctor entabló una conversación con los habitantes de Pomuch, para descubrir los orígenes y las características concretas del rito: cómo lo habían aprendido, cómo lo realizaban y por qué lo practicaban.
Entrevistó el antropólogo a una señora. Mientras limpiaba los huesos de un familiar, ésta le preguntó:
-Ya que sabe tantas cosas del Día de los Muertos, ¿es cierto que en otras partes de México hay gente que come en los panteones, junto a sus difuntos?
El doctor le respondió que así era, que hay zonas del país en donde los familiares realizan el almuerzo tradicional en torno a sus fallecidos.
La mujer, mientras restregaba el cepillo por la pelvis del difunto, le contestó que eso era una cosa rarísima.
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