Espacio Edelvives y Museo ABC inauguran la exposición «Caperucitas al rojo vivo»
Organizada por Espacio Edelvives y el Museo ABC, se ha inaugurado la exposición Caperucitas al rojo vivo, una selección de ilustraciones de distintos artistas nacionales e internacionales de distintas épocas que muestran su visión de este clásico personaje de Perrault.
La exposición rinde homenaje a uno de los personajes más fascinantes y controvertidos de la historia de la literatura. Con este fin, la muestra se ha dividido en cuatro secciones diferenciadas que permiten viajar del presente al pasado y recorrer, al mismo tiempo, una gran variedad de significados propios del relato y de su protagonista. En la primera parte, ¡Qué lecturas tan grandes tienes!, ilustradores de alto reconocimiento nacional e internacional se dejan seducir por la niña de rojo y le rinden su particular homenaje a través de diferentes técnicas. Aquí encontraremos originales de Ana Juan, Emilio Urberuaga, Patricia Metola, Iban Barrenetxea, Claudia Ranucci, Rafa Vivas, Jesús Gabán, Tesa González, Xan López Domínguez, Adolfo Serra, Liesbet Slegers, Agustín Comotto, Annalaura Cantone y Javier Zabala.
La segunda sección, Para imaginarte mejor, representa las posibilidades narrativas que aún tiene el cuento a partir de tres versiones muy distintas entre sí. Las ilustraciones originales aquí expuestas han sido realizadas por Mar Ferrero, Julio A. Blasco y Miguel Tanco y pertenecen a los libros Lo que no vio Caperucita Roja, La ladrona de sellos y Caperucita Roja, respectivamente (publicados por Edelvives). La tercera parte, la visión más clásica, Para recordarte mejor, enseña una cuidada y representativa selección de reproducciones de gran calidad preparadas para
esta cita. Conforman esta selección las muestras de Gustave Doré, Fortuné Méaulle, Arthur Rackham, Tom Browne, Harry Clarke, August Macke y Walter Crane. Por último, … Y este cuento no se ha acabado, ofrece visiones muy singulares sobre la protagonista y su historia llevadas a cabo por diversos e interesantes creadores.
En una vitrina se exponen dibujos de Caperucitas del fondo del Museo ABC. Estas obras están fechadas entre 1903 y 1959 y pertenecen a importantes artistas de la colección tales como el modernista Eulogio Varela, el colorista Máximo Ramos o los reconocidos: Joaquín Valverde, Narciso Méndez Bringa, Fernando Fresno y Ana María García Badell.
Para finalizar, contamos con varios ejemplares pop up de Caperucita pertenecientes a la espléndida colección privada de Antonio Escamilla Cid (Montalbo, Cuenca) que cuenta con más de trescientos cuentos de todo el mundo fechados entre 1889 y 1986.
Pocos mitos han resultado tan atractivos y enigmáticos como el de Caperucita Roja, por lo que no es de extrañar que su rastro perviva en la tradición oral de culturas muy diferentes. Su primera versión literaria, Le Petit Chaperon rouge, apareció en una recopilación de cuentos de Charles Perrault, publicada en 1697. Varios son los historiadores y folcloristas que atribuyen a Perrault la invención de la caperuza roja y del tarro de mantequilla, que tanto juego han dado a los psicoanalistas. Sin embargo, no parecen las únicas modificaciones introducidas por el autor.
La inocencia de la niña y su final dentro del vientre del lobo no coinciden con otras recopilaciones realizadas durante los siglos XIX y XX, lo que sugiere la profunda raíz y extensión geográfica del mito. Hay numerosas versiones tradicionales apartadas de la sola intención aleccionadora. En esas versiones, Caperucita es algo más que una heroína que escapaba del lobo haciéndole creer que debía salir de la cabaña para “aliviar” su vientre. Podía ser, también, una muchacha que se desnudaba despacio mientras arrojaba sus ropas al fuego al son de las palabras de su captor (después de ser invitada a entrar en la cama) y que bebía la sangre de su abuela, al creer que se trataba de vino. Pese a las divergencias, el final en el que la protagonista es devorada era el más frecuente en los relatos, y fue ese el que perduró.
Hubo que esperar a la versión de los hermanos Grimm (incluida en su recopilación publicada entre 1812 y 1815) para que apareciera el buen cazador. Desde entonces las versiones de este cuento no han parado de crecer y transformarse. El misterio sigue intacto en lo profundo del bosque. Corresponde, ahora, a los visitantes, tratar de descifrarlo.