dilasDilas de Julia Sangro. Mairea Libros. 2015. Rústica, 109 pp., 15 euros.

 

Por Miguel Aranguren.

 

Julia Sangro fue mujer de Jaime Miralles, abogado que se significó en la lucha contra el régimen de Franco (lo que le costó el destierro y muchísimos problemas que su esposa supo sobrellevar a pesar de quedarse sola al frente de una familia numerosa), e hija de uno de los últimos ministros de Alfonso XIII. En ese sentido, su vida quedó enmarcada en épocas convulsas de la historia de España, que no fueron razón para hacer de su experiencia una causa trágica. Más bien, quienes la conocieron hacen honores a su simpatía y a la bohemia que pasó por su hogar, definitiva en la fragua de la personalidad singularísima de los hermanos Miralles Sangro.

En todo caso, la intrahistoria de Dilas merece una explicación: no era Julia (Julita, como la conocían) una escritora experimentada. Ni siquiera lo pretendió. Sin embargo, fueron abundantísimas sus lecturas y los momentos –sobre todo en su juventud- que dedicó a rasgar cuartillas con una caligrafía tan singular como reconocible, quizás porque del pulso le brotaba la necesidad de contarse a sí misma los ecos del desgarro que la Guerra dejó en aquella joven generación que se vio zarandeada por el odio, sin buscarlo ni quererlo.

Dilas ha vivido el sueño de los justos durante casi setenta y cinco años (no es fácil datar el manuscrito). Primero lo conservó la autora, como se guardan los tesoros que sólo tienen valor para uno mismo. Pero al atisbar su muerte, quiso depositar aquellas cuartillas en las manos de su hijo Luis, quien ha respetado la mudez del texto durante varios decenios hasta que, en el propósito de que el olvido no se trague la obra de aquella muchacha que jugó con la belleza de las palabras, se ha decidido a entregarlas al editor.

Prologadas por el propio Luis y por su hermano Pedro Pablo (que hacen una semblanza de la historia de Julita, del hogar familiar, de los vaivenes a causa de la política, así como una ligera aproximación a un texto inclasificable), Dilas deja en el lector el sabor agridulce de todo lo que la pluma de la autora decidió esconder.

En Dilas hay tres protagonistas: el yo, el tú y el lector. El yo de aquel que anhela con fiebre un amor interrumpido. El tú que es, en el cuerpo y el alma de una tal Rosario, el amor ausente, finalizado y roto. Todo lo que el yo expresa está cosido por la tragedia. Es la necesidad de seguir amando a la mujer por la que ha nacido, para la que ha nacido. Cree verla en todas partes, pero sabe que ya no está.

Elaborado mediante brevísimos párrafos, casi todos iniciados con un “Dila…” que nos habla de un tercer personaje: aquel que tiene el libro entre las manos.

La obra de Sangro tiene aires de prosa poética, por más que la jovencísima autora, por aquel entonces, no tratara de escribir poesía. Pero, al tiempo, pudiera Dilas formar parte del género narrativo, aunque nos falte un tiempo y un espacio para el desarrollo de la trama, tan breve como sutil.

Dilas nos ha llegado tal y como lo dejó Julia Sangro, con las imperfecciones propias de quien no se molestó en revisarla, con la mágica inocencia de quien nunca pensó que un día llegaría a publicarse. Es parte del acierto de los hijos de la autora: respetar y homenajear el don de su madre.

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