Amigas

 

De Sofía Daley. Ganadora de la XI edición www.excelencialiteraria.com

 

La conocí a mis ocho años, en el autobús del colegio. Yo era nueva y aún no tenía amigos, pero Annie se sentó a mi lado y me regaló una de sus preciosas sonrisas.

Todos decían que Annie era distinta. Me parecía muy divertida y le gustaban mis juegos, a pesar de que tenía tres años más que yo. A mí la diferencia de edad me daba igual. Al parecer, a ella también.

En ocasiones se enfadaba y los compañeros la dejaban sola. Tengo que reconocer que en un par de ocasiones me tiró del pelo, pero nadie es perfecto, tampoco Annie.

Cuando en el aula teníamos que trabajar en parejas, los profesores la ponían siempre conmigo. Decían que yo la entendía mejor que los demás, que conseguía que participara como uno más.  Es cierto que ella en ocasiones podía ser un poco rebelde, pero su cara juguetona te hacía perdonarla al instante. Por eso hacíamos buen equipo: ella risueña y con carácter; yo dócil y necesitada de una amiga a la que aferrarme.

Una tarde, su madre vino a agradecerme que fuese amiga de Annie. También se lo agradeció a mi madre. Yo lo encontré confuso; entonces mi madre me explicó qué es el síndrome de Down. Parecerá extraño que yo no me hubiera dado cuenta, pero llevábamos poco tiempo en Asia, en donde casi todos los niños tienen rasgos distintos a los que estaba acostumbrada a ver en Europa.

Mi madre se esperaba que me entristecería por Annie, pero yo no veía en aquel síndrome nada malo. A mí me gustaba tal y como era. A fin de cuentas, lo único que Annie deseaba era que la gente la tratara como a una más. Tampoco es que yo fuera muy madura… las otras niñas a veces se reían de mí porque aún jugaba con muñecas y creía en papá Noel. Pero ella y yo no nos juzgábamos.

El problema lo tenían los demás: no podían evitar tratarla como si fuera tonta o una niña pequeña. No hacía falta, porque ella tampoco era tan diferente: quería tener novio, salir con las amigas, sacar buenas notas… Era una adolescente más.

Sofía Daley
Sofía Daley

Cuando cumplí doce años, Annie se fue del colegio. Después de las vacaciones de verano me encontré con que su familia se había mudado a Singapur. Desde entonces no he dejado de pensar en ella. Me viene a la cabeza su voz grave, que me hacía sentirme a gusto.

Espero encontrarla algún día.

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