ReyesDe Pilar Aviñó/ Ganadora de la XI edición www.excelencialiteraria.com

 

Nadie se movía, pues esperaban -impacientes, expectantes- el acontecimiento. ¿Cuándo ocurriría? ¿Hoy, esta noche, mañana?…  Los animales se revolvían inquietos, pues palpaban la tensión en el aire. La presencia de aquellos forasteros no ayudaba a remansarlos.

Los hombres sentados al calor de la hoguera, se frotaban las manos. Su aliento cortaba el gélido aire. Algunos contaban historias, otros susurraban en pequeños grupos, demasiado nerviosos para atreverse hablar en alto. De vez en cuando se escapaba algún suspiro de impaciencia, seguido de risas y palabras de ánimo, y alguna que otra palmada en la espalda a los más jóvenes, cansados de la larga espera.

Las mujeres iban y venían. Las primeras veces, sus maridos se habían agrupado en torno a ellas, cargados con mil preguntas: ¿Cómo está? ¿Podemos hacer algo? ¿Necesitan ayuda?… Sólo alguno de los pequeños se atrevía con un tímido <<¿Falta mucho?>>, a lo que ellas contestaban con una sonrisa al tiempo que pedían más leña o más trapos. El silencio de sus esposas desesperaba a los hombres, que después de haber desistido a sus intentos, esperaban paseando en torno al fuego y conversando con los extraños visitantes.

De cuando en cuando alguno se levantaba y, medio dormido, colocaba una de las guirnaldas de flores que se había caído o revisaba las pieles colocadas en la cesta de los obsequios, argumentando -más para sí mismos- que todo debía estar perfecto. Tambaleándose, se volvía a tumbar. Los que se mantenían en vela se miraban y sonreían.

Así pasó la noche hasta que, a la alborada, llegaron las mujeres, nerviosas y felices, diciendo que María estaba lista, que era la hora. Supieron que a su lado sólo permanecía José.

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Pilar Aviño

Todos tomaron asiento, sin hablar. Nadie dormía. La noche parecía haberse detenido. Hasta las ovejas permanecían inmóviles. No se oía un susurro en Belén.

Y de pronto, el llanto de un recién nacido rompió el silencio.

La fiesta daba comienzo.

 

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