Para D.P.S.O.
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El sol iluminaba la playa de Pentsatu y el sonido de las olas se entremezclaba con las charlas animadas de los jóvenes y no tan jóvenes que habían acudido a disfrutar de los primeros días del estío. Nada parecía que pudiera enturbiar aquella estampa de felicidad. Salvo en el caso de Pilar.
Se encontraba acodada en la valla del paseo marítimo, contemplando el mar con un torbellino de sentimientos burbujeando en su interior. Si aquel paisaje siempre le había traído sosiego, en aquel momento sólo era una constatación de lo que estaba a punto de llegar.
Suspiró y consultó el reloj por enésima vez. Era la hora. Al volverse descubrió a Pedro, tan puntual como siempre. Pedro, el veinteañero al que por casualidad había conocido en la iglesia. Pedro, quien le había ayudado a plantearse cuestiones insondables. Pedro, el primer hombre que con una sola mirada conseguía desbocarle el corazón.
De nuevo arrancó aquel repiqueteo ingobernable en cuanto sus ojos se encontraron. Él sonrió cálidamente:
-Hola, Pili.
-Hola.
No dijeron nada más. Graznó una gaviota sobre ellos, y el chico la observó volar hasta un peñón que había frente a la costa.
-¿Cómo te has enterado? –le preguntó.
Pilar se tomó un momento para responder:
-El Padre Manolo me lo contó. Así que no iba a permitir que te marcharas sin despedirte -hizo una pausa-. ¿Es por mucho tiempo?
Él suspiró.
-Ya sabes que cuando se trata de Dios, el tiempo no es una variable a tener en cuenta, pero… -vaciló ligeramente- …quiero dar testimonio como misionero donde más me necesiten.
-¿Y si soy yo la que te necesito? -susurró, cabizbaja.
Ya estaba dicho, no había vuelta atrás. Las mejillas le ardían, pero no le importó. Pedro dio un paso hacia ella, le tomó la mano y se la llevó al pecho.
-Pues siempre me tendrás contigo, aquí.
Pilar sintió el corazón del chico, al unísono con el suyo.
-Rezaré por ti y jamás te olvidaré –prosiguió-, pero nuestros caminos tienen que separarse. De momento.
Las lágrimas afloraron en los ojos de la chica, que sintió que algo en su interior se desgarraba. Pedro la abrazó y ella se lo devolvió con todas sus fuerzas, deseando que aquel instante no terminara jamás.
Pero acabó.
Sus miradas se encontraron de nuevo.
–Nire aingeru zara –musitó el muchacho.
Ella sonrió inconscientemente; el tiempo pareció detenerse durante unos segundos en los que un pensamiento acudió a la mente de Pilar.
<<Eres mi ángel>>.
Aquellas palabras en euskera siempre la acompañarían.
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