El vértigo de los canallas de Alfredo Gómez Cerdá. Santillana, 2018. Rústica con solapas, 240 pp., 10.50 €.
Por Anabel Sáiz Ripoll.
En Poblado viven tres niños, Estrella, Manuel y Bernardo. Los tres se entretienen en los juegos de la infancia mientras el tiempo, duro y sin misericordia, les va tendiendo sus celadas. Llega un momento que han de trabajar para ayudar a su familia y crecer. La amistad de los tres, que parecía sólida y sin fisuras, se rompe porque los dos muchachos pretenden a Estrella y ella, que no quiere dañar a ninguno, escoge a Manuel. Y a partir de aquí se tuercen los destinos.
La novela se organiza en torno a dos partes, la primera aún en los tiempos de la inocencia, donde todo es posible y la segunda ya cuando los chicos dejan atrás su infancia y caminan hacia la edad adulta. Bernanrdo que parece una buena persona, que lo es de hecho, siente «un fuego que lo quema por dentro» desde que Estrella lo rechaza y, sin tramarlo, pero sin dejar de hacerlo, tiende una trampa a Manuel. «El vértigo de los canallas» es una novela cruda y singular, que ahonda en una sociedad hecha de apariencias, en donde se buscan recompensas fáciles a cambio de sembrar el dolor y el desconcierto. La hipocresía es evidente, en una sociedad que quiere dormir tranquila y que oculta su basura debajo de la alfombra, aunque es inevitable que acabe oliendo muy mal.
Son varios los personajes que aparecen en las páginas del libro. Destacan el hombre más anciano del lugar, quien tiene cuatro orejas, con «la primera escucha a sus semejantes. Por la segunda escucha al viento, a la lluvia, al agua del río, al trueno de la tormenta y, de este modo, entiende lo que la naturaleza quiere decir. Por la tercera escucha a los animales y comprende sus necesidades e inquietudes». Y «por la cuarta oye a los muertos». Es un personaje al que consideran loco, aunque Estrella sabe que no es verdad. Otro es la bruja de Poblado, a la que llaman Seisdedos quien avisa continuamente a Estrella acerca de su destino y de la ella huye siempre porque le han enseñado a no creer en supercherías. El otro es el Capitán Gamallo, un hombre embrutecido, quien lleva sus misiones en la selva y quien no duda en acudir a la trampa mortal para conseguir prestigio.
Alfredo Gómez Cerdá escribe un relato conmovedor, con momentos muy líricos, con descripciones del paisaje y del alma y con muchos elementos que aluden a una sociedad marcada por la pobreza, el abandono, la droga y la falta de recursos. El amor y la amistad son los dos sentimientos más importantes, aunque el segundo se diluye de alguna manera cuando avanza el primero.
Hay muchos elementos que podríamos comentar y que nos hacen pensar en la falta de recursos y de esperanzas en gran parte de la población mundial. Por ejemplo, cuando Estrella, ilusionada, prepara un pastel para su familia, su padre se lo recrimina porque no es día de fiesta y es innecesario y superfluo. Todo tiene que servir para algo. No hay lugar para las ilusiones.
La esperanza de Manuel y Estrella era salir de Poblado y ver mundo, solo lo logró Bernardo, aunque mejor hubiera hecho quedándose en su casa. No hay nada más allá del pueblo, parece que las barreras sean infranqueables y sea imposible poder medrar y salir adelante.
El vértigo de los canallas está narrada en tercera persona omnisciente y nos lleva, con pulso firme, hacia un desenlace que nunca hubiésemos querido, pero que nos permite, sin juzgar y sin criticar, reflexionar mucho acerca del ser humano, de sus limitaciones, frustraciones y miedos.
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