A cada persona nos puede gustar un estilo diferente de música, incluso un estilo de música para cada momento. Habrá también quien diga que prefiere el silencio, que lo suyo no es escuchar melodías, mucho menos componerlas, pero incluso la ausencia de sonido puede considerarse una forma de canción. Es decir, actividades como bucear, ver una película muda -sin acompañamiento de banda musical- o contemplar las nubes pasar también responden a un tipo particular de canto, sin orquesta, sin coros, sin entonaciones, pero con ritmo y cadencia. Por tanto, la música juega un papel principalísimo en la vida de cualquier persona.

Cuando las palabras no son suficientes para decir lo que sentimos, o cuando nos falta habilidad para componerlas, recurrimos al indie, pop, rock… La música entonces llega para salvarnos. Pero no se trata solo de una forma de expresión socorrida; tampoco de un mero pasatiempo para los momentos de ocio; ni una afición que se practica en horarios fijos. La música está viva y nos rodea. Nuestra habilidad para zafarnos de ella es prácticamente nula, pues vive con el ser humano. Es justo esa omnipresencia lo que la hace especial, aunque a veces, por acostumbramiento, nos pase inadvertida. Tras el murmullo de un supermercado o sobre la situación incómoda de viajar apretados en un ascensor, podemos recurrir al hilo musical. Y es por estas ocasiones de salvamento que la música merece unos minutos de especial reflexión.

Las melodías que tarareamos, las letras que quedan a fuego en nuestra memoria, los cantos en la ducha… exteriorizan lo que borbotea en nuestro interior. Y nos ayudan a conocer lo que otros quieren decirnos. Porque la música comunica a unas personas con otras, sorprendiendo en su mensaje a nuestros oídos sin una introducción previa. Pero su contribución va todavía más allá: al facilitar el intercambio de ideas y sentimientos, de razonamiento y emoción, la música impulsa nuestra dimensión social, esencial para el correcto desarrollo de las personas. Y tiende puentes entre nosotros, con independencia de las diferencias culturales o de idioma que puedan existir, lo que es de agradecer. Sus causas podrán ser múltiples, pero sus consecuencias son las mismas.

Marta Tudela

Aguardemos al próximo “¡Música, maestro!”, al que en nuestro siglo llamamos play,para comprobarlo.

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