Relato: ‘Una obra universal’ de Pilar Aviñó

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De Pilar Aviñó. Ganadora de la X edición www.excelencialiteraria.com

El grupo de universitarios avanzó en bloque hacia la siguiente sala, siguiendo al guía que les iba mostrando la pinacoteca. Solo uno de ellos permaneció inmóvil, contemplando un lienzo de grandes dimensiones que ocupaba toda una pared.

Las risas se fueron perdiendo en la distancia y en aquella sala se hizo el silencio. Las puntas de las botas de diseño militar que calzaba el estudiante señalaban la imponente obra. Ante ella parecía un tótem de espalda cuadrada y brazos cruzados.

El chico analizó cada detalle de la pintura: la cabeza de un joven avergonzado, hundida entre el ropaje de su padre; las manos ajadas del padre, que por fin aferraban a su hijo; el foco de luz que alumbraba a ambos personajes; la expresión de serenidad de ambos hombres. El estudiante creyó percibir un temblor en los dedos del anciano y la fuerza con la que acogía a su vástago para que reposara en sus brazos. Al mismo tiempo sintió el consuelo que recibía el muchacho entre las cálidas telas, la alegría que le invadía al encontrarse de nuevo en casa.

En un brevísimo instante, aquel universitario experimentó todo un abanico de emociones: asombro, admiración, soberbia, vergüenza, alivio… Sus brazos le cayeron a ambos lados del cuerpo en señal de derrota y se dio cuenta de que los ojos se le humedecían. Se los secó rápidamente con la manga, un poco avergonzado, y buscó su teléfono móvil.

De haber estado allí, Rembrandt habría sonreído, pues el universitario había entendido, al igual que hizo él siglos atrás, el sentido de la historia. El muchacho no era consciente de que estaba a punto de comenzar su viaje de vuelta, como en homenaje al origen y culmen de aquella obra.

M marcó un número y se apartó hacia una esquina. Con la mano derecha se apretaba el móvil al rostro y con los dedos de la mano izquierda tiraba del jersey, impaciente. Miraba al suelo. Acababa de darse cuenta de que la sala había estado abarrotada de turistas todo ese tiempo.

Pilar Avino

Alguien descolgó del otro lado. Entonces levantó la mirada y sus ojos se encontraron con los del padre de aquel Hijo pródigo. Su voz se quebró y apenas se le entendió a través del auricular:

-¿Mamá?

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