‘La princesa manca’ de Gustavo Martín Garzo
La princesa manca de Gustavo Martín Garzo. Ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna. Kalandraka, 2019. 152 pp., 16 x 24 cm., 15.00 €.
Por Anabel Sáiz Ripoll.
Esteban es un niño extremadamente sensible y tímido que vive con su abuelo de los frutos que da la tierra. Una vez al mes bajan al mercado del pueblo y el pequeño disfruta con ello tanto que, en su corazón, desearía quedarse allí, mas, a la vuelta, recupera la calma de la naturaleza y recupera la calma. Esteban, además, es muy inocente y bondadoso. No tiene malicia ni sospecha que exista la maldad humana, para él la palabra es importante, así como la amistad. Cuando muere su abuelo, continúa con su vida, respetando el ciclo de la naturaleza y respetándose a sí mismo. No necesita nada más. Un día se encuentra con un extraño anciano al que da de comer, aun a pesar de quedarse sin provisiones. Este anciano se olvida algo, una caja en apariencia valiosa. Esteban observa e intuye que dentro de la caja hay algún tipo de vida; así que fuerza la cerradura y no da crédito a lo que encuentra: una mano, una manita delicada. Semejante prodigio es difícil de explicar, pero Esteban lo acepta y se hace amigo de la mano, hasta el punto de preferir su amistad a su propia salud, como el lector observará. Y ahí empieza el nudo del relato.
La princesa manca recrea una atmósfera sutil, la de las cosas pequeñas, la de la naturaleza, la de los sonidos del bosque, la del respeto y la calma; pero también aporta muchos elementos de la tradición cuentística árabe, judía, occidental. Varios cuentos van nutriendo esa especial manera de sentir de los personajes y su destino final.
Esteban aprecia mucho la amistad de la manita, tanto que, por ella, es capaz de hacer aquello que nunca creyó. Vive aventuras, está a punto de morir, asiste a extraños episodios y descubre, finalmente, un jardín de otras manos que ocultan un secreto y un enigma.
Martín Garzo, con la maestría que le caracteriza, va desgranando esta historia de amistad entre seres distintos y nos va presentando otros personajes, entre tradicionales y maravillosos, el rey, la princesa, el sabio, el leñador, el estudiante, los pastores… Todos ocupan su lugar en el relato sin fisuras, con naturalidad.
En ese lejano reino donde una princesa nació sin mano, parece que el tiempo se haya detenido y todas las mujeres tienen asumido que deben perder la mano izquierda también para no sentirse superiores a la reina y todas lo aceptan con serenidad y parecen felices, aunque acaso no lo sean, como viene a desvelar el propio Esteban.
La lectura de La princesa manca se saborea porque es posible paladear las palabras, el sonido del agua, el crepitar de la leña, el arrullo del viento, el zumbido de las abejas, el latir de los árboles y sus frutos… No hay nada pequeño en el relato, nada se da por hecho, cada ser tiene su esencia y cada ser es importante. La oralidad, por otra parte, está muy presente en La princesa manca.
El dolor y la salud, la vida y la muerte, el lenguaje secreto de los sueños, la amistad y el amor son aspectos que se dan la mano en el relato y lo conducen, de forma fluida y armoniosa, hasta un final de cuento, por un lado, pero también abierto por el otro. El lector debe leer y dejarse seducir sin más.
Las ilustraciones de Mo Gutiérrez Serna van, como flores, sembrando de color y de ensueño el relato. Son evocadoras y permiten la contemplación ensimismada del lector.