‘El poeta de Velintonia’ de Emilio Calderón y Carmen García Iglesias

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PoetaVelintonia

El poeta de Velintonia de Emilio Calderón. Ilustraciones de Carmen García Iglesias. Edelvives, 2020.  Cartoné, 213 x 254 mm.,48 pp., 10,90 €.

Por Anabel Sáiz Ripoll.

 

La memoria está hecha de sutiles retazos y, pese a ser frágil, su poder es inmenso y necesario. Emilio Calderón, muy buen conocedor de la vida y obra de Vicente Aleixandre, escribe, en el libro que nos ocupa, un relato en tercera persona que maneja lo realista y lo mágico ya que se mueve en el terreno propio de las palabras, la ofrenda perpetua a la imaginación. Villa Velintonia, en mi recuerdo, forma parte de mis clases de literatura en el instituto cuando uno de mis mejores profesores evocaba ese lugar, mágico, idealizado, como un oasis de libertad y de energía creadora. Entonces parecía que no pudiera tener fin y hoy, por desgracia, Villa Velintonia necesita un empuje de las instituciones y un compromiso firme para que vuelva a ser ese remanso de creación y la casa de las palabras; la casa de Vicente Aleixandre.

Vicente Aleixandre, uno de los miembros destacados de la llamada Generación del 27, fue uno de los pocos intelectuales que no marchó al exilio, su salud no se lo permitía. Él y alguno más, como su gran amigo Dámaso Alonso o Gerardo Diego se quedaron aquí y ayudaron a que la riqueza de la llamada Edad de Plata no se perdiera del todo o, al menos, no quedara en el olvido.

El poeta y su familia, procedentes de Málaga. aunque él había nacido en Sevilla vivieron en una casa en la hoy calle Vicente Aleixandre, la actual Villa Velintonia, que era el nombre de la calle entonces. El poeta estudió Derecho y Comercio, aunque tuvo que parar obligatoriamente por una dolencia renal que lo marcó para siempre. Muy relacionado con la Residencia de Estudiantes, Vicente Aleixandre comenzó en la década de los 20 a escribir sus poemas. Podemos recordar libros como En un vasto dominio, Espadas como labios o La destrucción o el amor. En 1977 recibió el Premio Nobel, lo cual avala su trayectoria literaria. No obstante, Emilio Calderón no nos habla de eso, no, sino de la amistad que el poeta brindó siempre en su casa. Villa Velintonia era parada obligatoria para otros poetas quienes se sentían allí acogidos y reconocidos por Vicente Aleixandre. Con suma habilidad y calidez, Emilio Calderón nos habla de la relación de Aleixandre con otros poetas, Luis Cernuda, Federico García Lorca, Pablo Neruda y, sobre todo, Miguel Hernández, a quien acogió con generosidad cuando el autor de las «Nanas de la cebolla», sin ningún aval económico, recaló en Madrid.

Un gato callejero a quien Vicente Aleixandre llama Verso es, de alguna manera, el hilo conductor del relato. Verso advierte la magia en el poeta y se deja seducir por él. Es capaz de pasar un rato al lado de Cernuda y de provocar a Miguel Hernández para que se suba a la rama de unos de los árboles del jardín a hacerle compañía e, incluso, aprecia, como el que más, no solo los piñones que comparte con Aleixandre y su perro sino las naranjas que trae consigo Miguel. También observa con curiosidad la mariposa del aire que Lorca parece invocar con sus versos y su interpretación al piano.

Verso también acompaña al poeta cuando llega la guerra y han de dejar su casa y refugiarse juntos hasta que pase ese fantasma del odio. Al regreso, Villa Velintonia no es ni sombra de lo que era. Por otra parte, los buenos amigos o han muerto o se han exiliado, pero Aleixandre no se deja doblegar y vuelve a reconstruir ese espacio de libertad para ofrecerlo a los jóvenes y convertirse, así, en un referente para ellos.

El poeta de Velintonia no es solo un homenaje a Aleixandre, sino a todos los poetas con los que trató y a la fuerza de las palabras. El jardín parece hechizado con los versos que todos algún día enterraron en él y que parecen aguardarnos aún.

El relato no termina sino que presenta un final abierto. El poeta, es verdad, ya no está, al menos de forma física, pero lo que él amó no tiene por qué desaparecer. El gato se convierte en el centinela de la casa y arranca una y otra vez el cartel de «se vende». Al fin, un chico, descendiente de uno de los amigos del poeta, que también se llama Vicente, descubre a Verso y lo confunde con su nieto, cuando, de todos es sabido que los gatos tienen siete vidas, y decide que todo puede cambiar y volver a empezar, así cambia el cartel por este otro: «Casa de la Poesía. Se busca poeta». Y con ese mensaje nos quedamos, con la idea de que Villa Velintonia vuelva a ser la casa de la poesía.

Carmen García Iglesias ilustra de forma realista, pero sin renunciar a la magia, este relato y nos permite observar a Vicente Aleixandre, sentado en su butaca, a Lorca tocando el piano, a Miguel Hernández sentado en el árbol; así como permite que contemplemos las flores del jardín, esos versos que dan fruto, las naranjas de Miguel Hernández que son tesoros dorados o la propia casa del poeta, resistente y con vida propia.

Emilio Calderón narra una historia llena de guiños para el lector adulto y muy emocionante para el lector infantil. Intercala versos en el texto y consigue una historia poética, viva y muy actual. Sin duda, una historia necesaria.

Rafael Alberti, en la primera parte de «La arboleda perdida», da muchos detalles acerca de su generación y de sus amigos y muestra la faceta más humana de todos ellos, como hace Emilio Calderón quien deja a Verso, a quien queremos imaginar aún vivo, como guardián permanente de una casa que no se puede destruir porque guarda los mejores tesoros que nos podamos imaginar, los de la amistad y la poesía. El poeta de Velintonia es, ciertamente, un libro muy especial.

 

 

 

 

 

 

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