Relato: ‘El suicidio de un pájaro’ de Ana Santamaría

El suicidio de un pájaro de Ana Santamaría. Ganadora de la XIII edición www.excelencialiteraria.com

 

Pensé en narrar el suicidio de un pájaro. O la muerte del aleteo de una tímida mariposa, cansada de ser el insecto más colorido. Pensé en hablar del mar cuando está revuelto, del barco en el que se estrellan las olas de un monstruo azul e infinito que se siente invadido, del marinero que por saberse invasor abandona el timón para convertirse en náufrago.

Mientras las sábanas me ahogaban en una cama repleta de cojines y calor humano, pensé en contar las ovejas negras hasta quedarme dormida. Recordé el olor de un agua de colonia y decidí levantarme para escribir acerca del mundo que se extiende del otro lado de mi habitación, que se parece más a la celda de un preso en que al cuarto de una adolescente.

Pero no fui capaz de alzar el vuelo.

Pasé muchas horas buceando por los rincones de mi interior, que nadie puede recorrer conmigo. Encontré aguas turbias, especies desconocidas de animales que no están recogidas en las enciclopedias. Me persiguieron sombras del pasado, siluetas difuminadas en un mar gris y frío. Estaba dentro de un sueño en el que no sabía soñar. Sé que llevaba el pelo suelto porque con el vaivén del agua sentía un cosquilleo en el cuello provocado por mis rizos. Entonces fui consciente de que era yo y de que me encontraba en el lugar que me corresponde. Pero me asusté al creer que me estaba imaginando todo aquello, y tuve más miedo aún cuando caí en la cuenta de que quizá no fueran imaginaciones, que el mar fantasmal es más real que cualquier objeto percibido en mi vigilia.

Ana Santamaría

Escuché una voz. Agucé el oído y traté de seguirla. Repetía mi nombre con tanta dulzura y, a la vez, con tanta fuerza que me sentí atraída, como hipnotizada por ella. Buceé lo más rápido que pude hasta notar que la voz galopaba por la superficie. Vi una luz y supe que estaba cerca. Impulsándome hacia arriba emergí una mano que otra mano agarró suavemente. Era una mano amiga; la conozco bien.

Al sacar la cabeza le dediqué un profundo suspiro: <<Gracias; me estaba ahogando>>.

Me di cuenta de que no había narrado el suicidio de un pájaro. Había contado mi propia historia.

 

 

Redacción

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