Crítica de ‘Spider-Man: No Way Home’: Un homenaje perfecto y la consolidación de Tom Holland
Spider-Man: No Way Home
Soy un niño de finales de los 90. Como tal, crecí irremediablemente de la mano de las primeras películas de Spider-Man. Un personaje único con el que los críos nos podíamos identificar y sentirnos invencibles. Personalmente, más tarde me llegarían los cómics para recordármelo. Ha llovido, hemos crecido, el arácnido ya cuenta con 8 películas (algunas verdaderas joyas como Spider-Man: Un nuevo universo) de 4 sagas diferentes y se encamina a por su novena entrega. Spider-Man: No Way Home se estrena el próximo 16 de diciembre y será el cierre de la (primera) trilogía de Tom Holland como el trepamuros.
Como digo, soy niño de finales de los 90 y Spider-Man en el cine es el personaje de una generación, de la mía, como lo fue antes de tantas otras en las viñetas. Por eso, cuando salieron los primeros avances de Spider-Man: No Way Home y aparecieron los villanos de las cintas anteriores, no daba crédito. Era como comer un caramelo y retroceder instantáneamente al pasado. La película se postulaba como algo más grande, como un homenaje al héroe de todos. En Top Cultural ya la hemos visto y, efectivamente, he podido corroborarlo con mis propios ojos.
Spider-Man: No Way Home arranca justo después de la escena final de su predecesora, Spider-Man: Lejos de Casa. Mysterio ha utilizado un último truco antes de morir y ha dejado al descubierto la identidad del enmascarado. Además, le culpa de su propia muerte y pone a toda la sociedad en su contra. Tras pasar un auténtico calvario, Peter Parker le pedirá ayuda al Dr. Strange para remediarlo con uno de sus encantamientos y que el mundo olvide que es Spider-Man. El hechizo, sin embargo, no sale como esperaban y algunos visitantes de sobra conocidos se pasarán por Nueva York para saludar a nuestro protagonista.
Frente a una premisa tan compleja y ambiciosa como la de Spider-Man: No Way Home, el director Jon Watts ha hecho lo mejor que podía hacer: apelar a la esencia más pura de Spider-Man. A aquello de ayudar a los demás antes que a sí mismo, de ser el vecino y amigo Spider-Man. Porque la clave del personaje reside en eso. Si nos gusta tanto no es porque queramos lanzar telarañas y trepar rascacielos, es porque queremos ser como él, ser mejores. Y en una saga como la de Holland, tan edulcorada de cachivaches, viajes espaciales y tecnología futurista, no está de más que nos lo recordasen. Un gran poder conlleva una gran responsabilidad.
Ese es el espíritu que subyace detrás de la película. El Spidey de Tom Holland era divertido, pero necesitaba madurar, reencontrarse con el significado de su traje. En Spider-Man: No Way Home alcanza, por fin, su plenitud. Aprende del camino recorrido para adentrarse en el que, esperemos, le queda por recorrer. Esta vez sí, es Peter Parker y es Spider-Man, con todo lo que ello significa. Es, con toda certeza, la mejor de las tres entregas protagonizadas por Holland, un punto de inflexión de cara a un futuro tan incierto como prometedor. El británico demuestra una vez más que, si el personaje está bien escrito, le sienta como anillo al dedo.
La historia de Spider-Man: No Way Home hace gala de un ritmo trepidante. No da un respiro ni un solo momento, provocando que las dos horas y media de película pasen en un parpadeo. Y te deja con ganas de verla otra vez, claro. Es un disfrute, cine de entretenimiento elevado a la máxima potencia. Encuentra muy bien su tono al recoger el humor adolescente de sus dos antecesoras y añadirle dosis de drama y reflexión. Sorprende cuando debe hacerlo, toca la fibra sensible en el instante adecuado y no se guarda absolutamente nada cuando da paso a la acción.
Porque la acción que se ve en el filme es bárbara y en cantidades industriales. Balanceos, puñetazos, explosiones… Y, pese a todo, la película es más emotiva y emocional que cualquier otra cosa. Apela constantemente al significado de ser un héroe y al desarrollo interno de sus personajes más que al de la propia historia. Si hay fallas en la lógica narrativa da absolutamente igual, porque Spider-Man: No Way Home no va de eso. Y los fans del trepamuros solo podemos estar agradecidos por lo bien tratado que está todo.
Para este crecimiento y consolidación, Holland cuenta con los mejores acompañantes posibles en forma de villanos. Había que aprender del pasado, así que el pasado ha hecho acto de presencia. Los Duende Verde, Dr. Octopus y compañía son el gancho perfecto para que el personaje diera el salto que le hacía falta. Los que más carisma tenían, la siguen teniendo y se roban la película en cada escena. Y los que peor construidos estaban encuentran su particular redención, especialmente el Electro de Jamie Foxx. Spider-Man: No Way Home es una película hecha para los fans, y como tal demuestra un cariño inmenso por lo que quiere contar.
También están perfectamente medidos los momentos del resto de secundarios. La MJ de Zendaya como vértice sobre el que se sostiene la vida de Peter, un Dr. Strange de Benedict Cumberbatch tan icónico como siempre… Y Marisa Tomei, que en Spider-Man: No Way Home vuelve a dar una lección sobre lo que significa ser un personaje capital de la magnitud de tía May. Todos están equilibrados para demostrar lo que valen y profundizar en ellos sin quitarle el protagonismo a Peter, del que vemos mucho más de lo que nos habían dejado ver hasta ahora en el UCM.
Spider-Man: No Way Home es un regalo. Llena de cariño y acción apabullante, la película imprime el corazón de Spider-Man para sacar lo mejor de él en cada escena. Juega con la nostalgia de unos villanos que no han perdido un ápice de carisma, y a la vez resulta fresca, sorprendente y emotiva. Es el cierre perfecto a la trilogía de Holland. Y a la vez es un homenaje inigualable al personaje de Spider-Man. Los niños de los 90 y los 2000, lo que crecimos con sus películas, no viviremos una experiencia igual en cines en mucho tiempo. Espectacular.
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