Relato: ‘Calada tras calada’ de María Gámez

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Calada tras calada
Calada tras calada

Calada tras calada de María Gámez. Ganadora de la XVI edición www.excelencialiteraria.com

Abril no fue consciente del peso de sus tacones ni del picor del dobladillo del vestido hasta pasada la una de la mañana. A las dos, ya había abandonado la rutina de ir cada cierto tiempo al baño para repasar el carmín de sus labios y comprobar que el rímel seguía intacto sobre sus pestañas y no se había convertido en un borrón negro. Y no dejó de bailar y cantar con sus amigas hasta las tres. Entonces salió del bar a respirar aire fresco y se dejó caer en el bordillo de la acera.

No vio al muchacho acercarse, pero notó su presencia cuando se sentó a su lado y, sin decir palabra, abrió una cajetilla de cigarros que llevaba en las manos y le ofreció uno, que ella aceptó encantada al tiempo que él se llevaba otro a los labios. Su nombre era Mateo. Abril en seguida se dio cuenta de que era un chico de pocas palabras, a diferencia de ella, que acostumbraba a soltar lo primero que se le pasaba por la cabeza.

Tras las primeras caladas, Mateo inició la conversación. Le preguntó cómo le había ido la noche, intercambiaron experiencias de sus aficiones, amistades, estudios… Después de un buen rato, llegaron al asunto del amor. Abril ya se había acabado su cigarrillo. Le reconoció que últimamente todo habían sido historietas que acababan mal. Necesitaba desahogarse, y al tratarse de un desconocido no puso reparos.

Un rato después extrajo de su bolso el pincel con el que, hacía apenas unas horas, se había delineado el ojo. Agarró su segundo cigarro y, reclinándose en sus rodillas, escribió sobre él el nombre de su primera relación fallida: César. Calada tras calada le contó a su nuevo confidente cómo había empezado y finalizado aquella relación, en apenas un par de semanas. Al terminar tomó un tercer cigarro, sobre el que escribió: Bruno. En este caso le costó confesarle a Mateo cómo descubrió que su novio se veía con otra. El cuarto se lo dedicó a José, que después de un año con ella solo necesitó de una semana para empezar a salir con una de sus antiguas amigas.

Mateo la escuchó atento mientras Abril se desahogaba a medida que le vaciaba su cajetilla. Una vez se acabaron los cigarros, se pusieron en pie y la acompaño a casa. De camino logró que la charla navegara por temas superficiales con los que no le costó sacarle alguna que otra carcajada.

María Gámez
María Gámez

–Quizá algún día también escriba tu nombre en un cigarro –le dijo Abril tras dictarle su número de teléfono.

­–Quién sabe… Quizá sea el cigarro dado la vuelta.

Lo miró confundida, con una sonrisa en los labios.

­–El cigarro de la suerte –le aclaró Mateo al oído.

Entonces se alejó, con la promesa de que la llamaría.

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