Entrevista a Rafael Cabanillas Saldaña, autor de ‘Valhondo’: “La lectura es el invento más placentero del ser humano”

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Rafael Cabanillas
Rafael Cabanillas

Es uno de esos autores de los que se habla, pero a los que no se conoce. De su obra se hacen lenguas desde José Mota (sí, sí, el humorista) hasta Antonio Basanta (vicepresidente de la Fundación Germán Sánchez Ruipérez). Rafael Cabanillas Saldaña (Carpio de Tajo, Toledo, 1959) presenta Valhondo (Editorial cuarto centenario), tercera parte de una trilogía titulada En la raya del infinito y ambientada (hablaremos de eso) en la España vaciada.

P. En estos tiempos de preocupación climática, nos propone una vuelta a la naturaleza. ¿Qué hemos perdido y necesitamos recuperar?

R. Hemos perdido la cabeza: sabemos que vamos a la destrucción… y no nos importa. ¡Erre que erre!

El problema de la despoblación no es solo que la gente se marche, es que, con su éxodo, se llevan toda una forma de vida. Una forma de vida sabia, respetuosa con la naturaleza, ni consumista ni derrochadora, que ama y cuida la tierra, para intercambiarla por otra tóxica, absolutamente destructiva. Por tanto, el problema es estructural. Poliédrico.

P. Escribe sobre una región que es la suya, y sobre aquellos a los que conoce. ¿Un homenaje a su tierra, a su gente?

R. No. Porque los valores de mi gente son universales: un pastor de Los Montes de Toledo, de la cordillera de los Andes o las Annapurnas de Nepal. ¿Qué más da? Este falso progreso está matando a todos, a unos y a otros: pastores, cabras, llamas o yaks. Es un problema planetario. Los míos son míos, lógicamente, los amo y los conozco bien. Y a través de ellos quiero dar un grito desesperado de: ¡Así nooooo! ¡Así nooooo!

P. ¿Cómo trabaja el lenguaje de sus novelas?

R. Algún crítico ha dicho que lo mejor de mi literatura es que está escrita desde dentro. Desde las tripas. Ni narrador omnisciente ni nada: el narrador metido, enfangado, ensangrentado si es necesario, encenagado. Ese es mi lenguaje.

P. Tras la acuñación del concepto “España vacía”, es inevitable que en las reseñas de sus novelas se haga referencia a ese país preterido.  

R. Lo de “Literatura de la España vacía” es una etiqueta. A mí no me disgusta, pero creo que mi trilogía trasciende ese término. Es verdad que ha habido una gran orfandad literaria, con mayúsculas, de este tema «violencia/abandono/caciquismo rural», desde Jarrapellejos de Felipe Trigo (1916), Pascual Duarte (1942) y Los Santos Inocentes (1981). Roto unos años después por La lluvia amarilla, pero fíjese que hace ¡34 años de su publicación! Ese largo paréntesis lo ha roto de verdad, desde mi humilde opinión, Intemperie (2013), de mi paisano Jesús Carrasco. Los dos nos hemos criado en Torrijos (Toledo), hijos de padres maestros procedentes de Extremadura. Una preciosa coincidencia que habrá que estudiar un día: el escribe del llano, yo escribo del monte.

P. La novela que ahora presenta completa una trilogía, que empezó con Quercus y siguió con Enjambre. ¿Nos puede hablar de esas dos?

R. Todo lo que tiene Quercus de épico, lo tiene Enjambre de humilde. En Quercus, que se sitúa en los primeros años de la posguerra, ocurren hechos impactantes, y en Enjambre, a principios de los 80, se narra la vida de unos pastores. Quercus es un grito espeluznante, Enjambre un grito mudo, callado. Que, en ocasiones, son los que mejor llegan al alma. En Enjambre, aldea real —búsquenla en el mapa—, viven solo dos familias… que no se hablan. Tiresias, el pastor protagonista, se enamora de una locutora de radio.

Rafael Cabanillas
Rafael Cabanillas

P. ¿Qué hay de ficción y qué de historia en Valhondo?

R. En Valhondo me he desnudado totalmente. Un desnudo integral. Sólo he cambiado algunos nombres de personajes, pero el protagonista se llama como yo y su novia como mi mujer.  A buen entendedor…

P. Usted es maestro. ¿Qué enseñanzas podemos sacar de estas novelas?

R. Sí, he pasado media vida de maestro rural, hasta jubilarme en un instituto de secundaria. Las tres novelas se leen de forma independiente y las tres abordan temáticas bien diferenciadas; Valhondo, la educación. Pero comparten un espacio, de paisaje y paisanaje. Lo que algún crítico ha llamado «un universo literario», que lucha contra la injusticia, la miseria y el abandono. A la trilogía le acompaña un epílogo, en un cuadernillo aparte, que explica el porqué de cada una de las novelas. La motivación para escribirlas, y le aseguro que esas motivaciones son muy recientes. Lo que quiero decir con esto, es que las formas de la miseria, la injusticia, la esclavitud… cambian de cara, de nombre, se disfrazan, pero en definitiva siguen siendo las mismas:  la lacerante desigualdad y la expoliación del planeta.

P. ¿Pueden aprender algo los que se llenan la boca con la España vaciada?

R. La miseria genera dolor y odio. Esa España vaciada no es la Arcadia soñada ni el paraíso terrenal. Se pueden dar datos de investigaciones y concienzudos estudios. Son necesarios para hacer análisis rigurosos. Pero yo hablo de convivencia. De ser uno más en esos alcornocales y en esas pedrizas. Para captar la esencia de esas vidas amputadas, sin futuro ni esperanza.

P. Usted ha hablado de “un mundo que se abandona, que se deja morir, que agoniza a cambio de un falso progreso, absolutamente perjudicial, tóxico, que destroza la tierra y las vidas”. ¿Qué necesita ese mundo?

R. No tengo la fórmula. Ojalá la tuviera. En primer lugar, como ya he dicho, porque es un problema estructural. Transversal, que afecta a muchas materias: la primera, el pan. Si no hay pan, te vas a buscarlo a cualquier parte. Mira las muertes en los cayucos. En segundo lugar, servicios: educativos, sanitarios, culturales, de comunicaciones, de carreteras a internet, de ocio… Para no ser ciudadanos de segunda. ¡Alguna compensación habrá que darles, aunque sólo sea por mantener el paisaje! En el campo no hay relevo generacional. Ningún joven español quiere ser ni agricultor ni ganadero. ¿Por qué? ¡Pues eso! El fenómeno de la despoblación es un problema muy serio en España. ¿Por qué no está ocurriendo lo mismo en la vecina Francia, en Austria o en Suiza? Que manden a una delegación a estos países y que se lo expliquen.

P. En su reseña de Enjambre, Antonio Basanta habló de “una obra imprescindible para quienes, desde la memoria, deseen la construcción de un mundo basado en la equidad, la fraternidad y la justicia».  

R. Que Antonio Basanta, probablemente la persona que más sabe de promoción de la lectura en España, conociera mi obra por puro azar, ha sido un milagro para mí. Una bendición divina. Cuando, recientemente, tras hablar durante más de una hora del amor a los libros, la entrevistadora le pide que recomiende alguno a los televidentes, su recomendación es Quercus, El infinito en un junco y El Quijote. ¡Casi naaaa!

La literatura es un placer. La lectura es el invento más placentero del ser humano. Y esa es mi pretensión. Ayer domingo me escribe una lectora: “Anoche terminé Quercus, hasta las 5 de la madrugada, inmersa en el desenlace final, brutal, bellísimo. Justicia y reparación para los hombres y las mujeres buenas de las sierras. Mañana comienzo Enjambre y me está esperando Valhondo”. Pues ya está, no se hable más, objetivo cumplido. Si en su lectura soy capaz de provocar una mínima reflexión, un pequeño cambio de actitud, para intentar conseguir entre todos un mundo un poquillo mejor… maravilloso.

Rafael Cabanillas
Valhondo

P. ¿Llega la literatura allí donde la política no alcanza?

R. La política es cortoplacista. Y el objetivo prioritario, por desgracia, no es transformar la sociedad, sino ganar las elecciones. Ganar elecciones y mantenerse en el poder, que, en ocasiones, choca con la transformación y mejora social. Unos más que otros, por supuesto. Si a la política cortoplacista le pones delante problemas estructurales, de soluciones complejas y a largo plazo, pues… apaga y vámonos. Los graves problemas medioambientales, de hiperconsumo y contaminación, de despoblación y abandono… quedan relegados. Cuando hace 40 años estuve de profesor en Suiza, allí ya cobraban las bolsas en el supermercado y todas eran de papel. Aquí hemos esperado casi medio siglo para cobrarlas. Quizás en otro medio siglo… ya no sean de plástico. Aunque algunos no lo veamos, porque estaremos muertos.

 

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