Relato: ‘El mundo de Cervantes’ de Inés Arasa

0
El mundo de Cervantes
Peter Pan

De Inés Arasa. Ganadora de la XV edición www.excelencialiteraria.com

Peter Pan llamó anoche a mi ventana. No puedo decir que me sorprendiera. En cierto modo, lo estaba buscando.

La vela que había encendido hacía apenas una hora, parpadeaba de manera irregular, alumbrando la hoja en blanco, que yacía sobre mi mesa mirándome con una sonrisa irónica, regodeándose en mi inquietud.

No había podido escribir. Las palabras estaban trabadas en mi mente, los sentimientos daban vueltas dentro de mi cabeza, pugnando por salir, y la tinta de mi pluma goteaba, dejando manchas oscuras sobre la poca imaginación que me quedaba. Me sentía perdida, como Ulises en los mares griegos, como Dante al principio de su Divina Comedia, como el Quijote, ausente en su propio mundo. No conseguía escribir, y me iba quedando sin tiempo.

Volví a fijar la vista en el papel vacío, carente de emociones, necesitado de expresión, de historias, de vida. Rompí a temblar y me pregunté en qué momento había dejado de lado todo aquello que antes llenaba mis silencios de metáforas, y los más suaves murmullos en poesía. ¿Dónde quedaban los versos formados de emociones, los sentimientos traducidos a tinta, las palabras transformadas en arte?

Estaba segura de que la imaginación aún residía en algún lugar cercano a mi corazón, pero una nube de desconcierto había cerrado con llave la puerta a mis más preciados sueños. Suspiré en un vago intento por sacar de mí toda la frustración, pero la desesperanza entró en su lugar.

No llegaban a dos días las horas invertidas en dar vida a este curioso invento, y no duraría mucho más el propósito de sacarlo a flote.

La luz acabó por apagarse, dejando en su lugar un mar de cera, espeso como mis pensamientos. Fue entonces cuando la salvación llamó a mi ventana con la forma de uno de mis recuerdos infantiles. El pequeño personaje que daba vida a las historias de Nunca Jamás acababa de aparecer por detrás de la oscura cortina que cubría el cielo. Se acercó a mi habitación, que carecía de alegría, como la imagen que Góngora imaginó para la prisión de Segismundo. Pero no venía solo. Detrás de él corría el conejo blanco que Alicia persiguió a lo largo del País de las Maravillas, el curioso genio de la lámpara que ayudó a Aladín en sus incontables peripecias y el hada madrina que me había convertido en princesa en más de una ocasión. Poco a poco mi habitación se fue poblando con las preciadas historias que leí de niña, aquellas por las que había empezado a escribir. Sin saber cómo y en cuestión de segundos, me encontré inmersa en un mundo de ficción donde los ratones hablan y el suelo está fabricado con baldosas amarillas. Las gotas de tinta que empañaban mi mente se convirtieron en el mapa de una aventura próxima. Y el montón de cera, en el barco de mis recién inventados personajes.

Las palabras fluían sin descanso, mientras la hoja se iba vistiendo con frases y más frases. El silencio que me rodeaba dejó de ser incómodo y el mundo de Cervantes se me presentaba cada vez más atractivo. Me reencontré con la ilusión de dar voz a mi teoría: hay una razón por la que nunca dejaremos de ser niños.

El mundo de Cervantes
Inés Arasa

Los primeros rayos de sol se reflejaron en mis ojos y el amanecer me recibió con una cálida sonrisa, como anunciando el principio de un bonito día. Observé el trabajo que había realizado y no pude evitar una emoción, que empezó a crecer en el fondo de mi pecho. Ya estaba; lo había conseguido: por fin me había enfrentado al mayor de mis miedos y había salido victoriosa al convertir la fina superficie de color blanco, en poesía, en arte, en historia.

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *