cazador cazado
El cazador cazado

El cazador cazado de Pablo de la Lastra Conradi. Ganador de la XVIII edición www.excelencialiteraria.com

 

André estaba muy orgulloso de su trabajo, que consistía en vigilar, junto con un grupo de ciudadanos a su mando, la puerta número cinco de la muralla que rodeaba París. Desde que había estallado la Revolución, eran muchos los aristócratas que trataban de huir de la ciudad. Los que lo habían conseguido, se ayudaron de disfraces, otros simularon ser mendigos… André siempre los descubrió: por la puerta a él encomendada nunca se había escapado un solo traidor.

Una tarde llegó un carro tirado por dos mulas, que transportaba varios toneles de vino. El cochero era un ciudadano conocido y habitual transeúnte de aquella parte de la urbe, por lo que la revisión de los toneles no fue tan minuciosa como era habitual en las pesquisas de André, y lo dejó pasar.
Al cabo de media hora se escuchó un jaleo por las calles.

–¿Qué demonios pasa? –se preguntó, girando la cabeza.

Un grupo de diez soldados, liderados por un capitán de la guardia nacional, apareció
ante su puerta. El capitán se acercó a André y le preguntó:

–Ciudadano, ¿hace un rato que ha salido de la ciudad, por esta puerta, un carro con
toneles de vino?

Temiéndose lo peor, André asintió.

–En los toneles del fondo –continuó el militar- se escondían unos aristócratas.

André ordenó que abrieran la puerta, y el pelotón de soldados salió a galope tendido, alentado por su capitán, que prometía a voces una gran suma de dinero a quien lograra detener al tonelero. Bajo el grito de ¡Muerte a los aristócratas! abandonaron la ciudad en su busca y captura.

* * *

Una hora después, otro militar repartió una nota de la Asamblea en las ocho puertas de la ciudad. En ella se alertaba de que un grupo de nobles habían robado unos uniformes de la guardia nacional, y que podrían intentar su huida de París en cualquier momento.

–Demasiado tarde –se recriminó André, sacudido por un sentimiento de rabia y miedo.

Pablo de Lastra
Pablo de Lastra

La tarde en la que huyeron once miembros de la nobleza del brillo afilado de la guillotina, su sed de sangre fue saciada con la de André, quién acusado de alta traición a la Revolución, ocupó el lugar que les hubiese correspondido a los fugitivos.

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