El andén
El andén

Andén de Juan Pedro Gálvez. Ganador de la XVI edición www.excelencialiteraria.com

Me planté sola en la estación, maleta en mano. Las estrellas trazando círculos en el cielo eran mis únicas compañeras. El tren se estaba retrasando, pero yo no tenía prisa.

Sin auriculares, sin el ruido del lejano horizonte de la ciudad, sin nada más que las nubes en el cielo azul para hablarme, pensé en mi vida, en las razones por las que estaba donde estaba, en las personas que me habían ayudado a avanzar y en las que me habían hecho retroceder, y también en aquellas que me ayudaron a avanzar haciéndome retroceder. Repasé conversaciones, le di vueltas en mi cabeza a acciones y reacciones, paseé enfadada por la terminal, incluso lloré un poco en el banco más alejado de la puerta de entrada. Al fin y al cabo, no había nadie a mi lado.

Discutí sobre las coincidencias y el destino con los pájaros que venían a picotear cerca de mis pies; debatí sobre la utilidad del aprendizaje con el reloj, que no parecía tener prisas en mover las manecillas; me senté con las piernas colgando de la plataforma y miré hacia el infinito de los charcos de lluvia. Tal vez eran mares. Al final me instalé donde había empezado, maleta en mano, a la espera de que llegase el tren.

Todos me habían ayudado, en cierto modo. Incluso los que parecían odiarme y los que habían intentado protegerme. Y estaba agradecida. Por todas las personas que, hasta aquel momento, habían pasado por mi vida, ya fuera por casualidad o siguiendo el destino no escrito por las estrellas. Cada persona había sido una bendición, cada cual a su manera.

El sol se había puesto tras el perfil de la ciudad y jugaba a hacer sombras con las nubes. Las estrellas brillaban más en sus trayectorias circulares por el cielo crepuscular y los vientos del mundo me abrazaban. El tren llegó, formando olas en los charcos de lluvia. ¿O tal vez eran mares?

El andén
Juan Pedro Gálvez

Subí al vagón, dejando la maleta atrás. Ocupé mi asiento junto a la ventanilla y me acomodé mientras la locomotora ganaba velocidad para pasar entre las nubes y dirigirse a las estrellas, que trazaban círculos en el cielo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *